Y digo yo… que la bandera es un símbolo que nadie creo que lo pone en duda. Otra cosa es la valoración que pueda tener para cada cual la simbología que trasciende y la importancia de mantenerla en los primeros puestos de la lista de prioridades personales. Allá cada cual, a la hora de envolverse en un trozo de tela, de luchar hasta morir por ella o de colgarla en el balcón.
Es innegable que las banderas representan símbolos muy potentes ligados a la identidad de países, regiones, pueblos en general y que tienen la virtud (a veces discutida) de unir a la ciudadanía bajo unos colores determinados que reúnen realidades concretas y anhelos venideros y reivindicativos.
Símbolo de pertenencia
La bandera va unida al orgullo, concepto este que posee interpretaciones varias según la dirección en que se ejerza. Orgullo de pertenecer a un colectivo que, en su quehacer habitual, demuestra regirse por valores de justicia y equidad, o simplemente orgullo de pertenecer al equipo de fútbol que más trofeos acumula en su historia.
Y es que las emociones son difíciles de unificar y de clasificar como más o menos aceptables. Cada una corresponde a los resortes que se agitan en nuestro interior y que, como no podría ser de otra forma, no tienen por qué coincidir con los del vecino. Las banderas se encargan de intentar conseguir la máxima devoción grupal hacia los valores que se hallan bordados en letras invisibles en su tela multicolor.
Las banderas también se utilizan como símbolos en movimientos políticos y protestas. Pueden representar la lucha por la libertad, la igualdad, los derechos humanos y otros objetivos sociales o políticos. Son enarboladas en comunidad o en soledad, pero cuando encuentran la compañía de sus hermanas se convierten en algo más que una manifestación unipersonal. Hablan por la mayoría de un pueblo.
Unidad en la reivindicación
Hay fechas señaladas en la historia de los pueblos que se distinguen por la celebración de actos concretos, de festividades conmemorativas, de manifestaciones populares, etc. En ellas nunca faltan las banderas que añaden al sentimiento de unidad y solidaridad nativa un toque de color digno de admiración. Así, fuera del marchar al viento en manifestaciones convocadas, suelen engalanar balcones de las ciudades recordando qué día es, que pasó ese día y que debiera pasar en el futuro.
Hoy me he dado una vuelta por mi ciudad que, aunque no es mía así la considero, y he notado una relevante diferencia con la cantidad de banderas situadas en los balcones de las casas habitadas por la ciudadanía de a pie. Por supuesto muchas menos. No hablo de los organismos oficiales que en eso de las banderas y simbología textil nos tienen ya acostumbrados a la colocación indiscriminada de ellas independientemente del paraguas representativo que debieran respetar hacia la vecindad.
Menos senyeras en los balcones
Un dato que quizá pueda servir a los sesudos analistas y sociólogos si se extrapola, como suele hacerse siempre en encuestas para producir resultados concretos. Digo concretos, que no interesados, aunque también. Juro, no obstante que no es esa mi intención. Solo quiero dejar constancia de la sorpresa que me he llevado esta mañana al levantar la persiana de mi habitación. Frente a mí siete u ocho edificios, los mismos que veo cada día. Tan solo tres o cuatro “senyeras” en el número de balcones que no he llegado a contar. Hoy, Diada Nacional de Catalunya.
Ya en la calle, de los 84 balcones de que dispone la fachada del edificio en el que vivo, tan solo en 2 se hallaba adherida la bandera con las cuatro barras, que no la estelada, recordando al transeúnte el día y el orgullo de los habitantes del piso en cuestión. Esto son matemáticas y, aunque desconozco el valor sociológico de esta insignificante muestra, si sé las sensaciones experimentadas uno, dos, tres o seis años atrás, cuando el color rojo y amarillo cuatribarrado forraba balcones y fachadas enteras. Alguna conclusión se derivará.
No se trata de macrobanderas institucionales, que también valen. Se trata de tomar nota que la desafección de la ciudadanía con la clase política va en aumento y que la preocupación pasa más por la gestión del día a día que por arropar con una bandera los intereses de posicionamiento político en los partidos representantes del número de catalanes que las urnas les han otorgado.
Menos banderas O falta tela, o sobra indiferencia.
2 comentarios
Estimat Jandro, he llegit el teu article i no puc estar més d’acord. De fet, enguany, jo no he penjat la meva senyera al balcó per aquest motiu.
Un método para comprender las imágenes, los símbolos, etc. No tratar de interpretarlos, sino simplemente mirarlos hasta que brote de ellos la luz. “La gravedad y la gracia” (1947), Simone Weil