Y digo yo…. que estaría bien que este escrito quedara limpio de polvo y paja, vamos que todo lo expuesto aquí fuera del suficiente interés como para no tener que desechar conceptos por innecesarios o absurdos (que también suelo verterlos, lo sé).
Más bien me interesa enfatizar ambos términos por separado sin ánimo de juntarlos, sino más bien de enfrentarlos para decidir después con cual quedarse. O quizá no haga falta elegir. Todo ello sin escandalizarse, aunque alguna estadística diga que preferimos a uno de los dos.
No hablemos de agricultura
Aclaremos, ante todo, que lo que viene a continuación nada tiene que ver con el tallo delgado de los cereales que queda una vez seco y separado del grano, por un lado; ni con las micropartículas sólidas que encontramos en el aire, que tanto nos molestan y que se depositan tozudamente en los muebles del comedor, por otro.
Se trata de la paja y del polvo llevados al terreno de la sexualidad, donde esa denominación tiene ya carta de naturaleza y está completamente integrada en las conversaciones habituales. Veamos su origen etimológico.
Cuando el tema es propicio, el interés es mutuo y la excitación inaplazable, tanto el como ella suelen decir “vamos a echar un polvo”. El origen de este modismo se sitúa en los Siglos XVIII y XIX y nace entre la alta sociedad de la época que solía inhalar polvo de tabaco, el conocido rapé. La esnifada provocaba normalmente sendos y molestos estornudos, por lo que era costumbre ausentarse a alguna estancia contigua y allí rapear sin problemas. Esta circunstancia fue aprovechada para quedar con la amante de turno en las fiestas y cohabitar furtivamente mientras que si alguien preguntaba, podría responderse: “sí, ha ido un momento a echar un polvo”.
Otra interpretación de la frase hecha nos habla de nuestra procedencia cuando la liturgia sentencia “polvo somos, del polvo venimos y en polvo nos convertiremos”. A ese polvo del que venimos, pues, se asociaría el acto sexual.
Por lo que se refiere a la etimología de la palabra paja y a su asociación con la masturbación, existen dos teorías para explicar la relación. Una, lingüística, defiende que el término procede del verbo latino “pascere” que significa “satisfacer”, “dar gusto” y acabó evolucionando en el árabe ‘paššaša’ (acariciar) de ahí a ser acortada en ‘pašša’ que dio como resultado la mencionada ‘paja’.
Otra, algo más prosaica, aunque para mi más divertida, alude al movimiento de la mano subiendo y bajando la piel del falo que recuerda a la acción de separar el grano del cereal del tallo en el que crece. Obviamente, con el permiso de la secretaria de Estado, que, aunque es una teoría nacida con un claro sesgo machista, pronto la paja ha dejado de pertenecer a ningún género.
Otra de Pam
Eso es, si, ahí quería llegar yo. A la señora o señorita Angela Rodríguez Pam, que no tengo el gusto, secretaria de Estado de Igualdad y contra la violencia de género, que no cesa de dar titulares a la prensa con sus, de costumbre, polémicas declaraciones.
En esta ocasión, la Pam dispara afirmando que es un escándalo que la mayoría de las mujeres prefieran la penetración en las relaciones sexuales a la autoestimulación. Para la secretaria es “tan escandaloso ese setenta y cinco por ciento de niñas y chicas jóvenes de nuestro país que dicen: no, prefiero la penetración antes que la autoestimulación”, refiriéndose a un estudio elaborado por el Ministerio de Igualdad para conocer los hábitos sexuales de las mujeres españolas.
Dice Rodríguez que ese porcentaje implica que las mujeres conviven con un paradigma de la sexualidad completamente patriarcal donde, claro, el hombre y siempre el hombre es el protagonista, y desmerecer estadísticamente la masturbación colige falta de conocimiento del propio cuerpo femenino y de las posibilidades de placer.
¿Dónde se sitúa Vd.? ¿Polvo o paja?
2 comentarios
Claro como siempre.
Lo importante del muy interesante artículo, es que podamos escoger libremente entre el polvo y la paja . Cosas de la libertad individual.