Desde los risueños pueblos de la sierra, parten senderos que, entre dorados campos y pequeños bosques de encinas, llegan hasta el pie de las montañas. Como ahora, por los calores estivales, son prácticamente intransitables, solemos reinventar la vida adaptando los añorados paseos por las montañas a quehaceres más livianos y soportables.
Reposando en la vía pública nos encontramos el otro día, disfrutando de aquellos placeres mundanos que nos acercan al vecindario, aunque algunos nos brinden una cara de extrañeza al ver que las antiguas costumbres, con sus peculiares usos, se van extinguiendo. La incredulidad de unos y la ingenua mirada de otros no hacían que nuestras vergüenzas crecieran, sino que, más bien, aumentaba esa cimentación sobre lo hermoso que es retornar a ciertas esencias perdidas. Comer pipas, charlar a la fresca y reír con las ocurrencias de unos y de otros. La vida profana se extiende en las pequeñas cosas y engrandece con ello los minutos de este sempiterno compartir.
El otro día tocó ir a un funeral orquestado por los hijos de la viuda. El hermano parecía sano y fuerte, pero de repente, nos dejó. Sentí gran pena, a pesar de que casi no había tenido trato con él, excepto algunas conversaciones en la lengua occitana para recordar viejas añoranzas terrenales, más allá de las conversaciones sobre lo divino. Su mirada entrañable se quedó grabada para siempre, y cuando recibí la noticia de su marcha, recordé la triste celebración de aquella otra vecina, también hermana, que quiso hacer una fiesta para celebrar la vida, y su preparación casi se la lleva por delante. Qué paradoja extraña aquella, que tanto marcó al vecindario y a la hermandad del espíritu libre.
La ceremonia fúnebre fue bien, con sus rituales y sus promesas de vida eterna acompañados de pétalos de rosa y hojas de acacia. El encendido de luces no podía faltar. Siempre hay un momento de tensión cuando intentas encender la vela, golpeas la cerilla contra su caja de cartón y ves cómo, en ese instante, se prende la llama, sin saber a ciencia cierta si continuará su flujo. Los expertos saben inclinar la cerilla con cierta elegancia para que la llama queme su madera y así la tenue flama continúe su frágil recorrido. Una vez que posa su calor en la negra mecha de algodón, de nuevo hay unos instantes de tensión para ver si prende. Consumí tiempo, abstraído ante los sinsabores del ritual fúnebre, pensando en la fragilidad de la llama, su dependencia ante la mecha de algodón y la cera que la alimenta, así como de otros componentes invisibles como el oxígeno y la oscuridad, que dan sentido a su luz.
Y llegando a la conclusión de que somos pequeñas mechas con una luz tenue en el infinito mundo de las formas oscuras, uno piensa que lo mejor que puede hacer es celebrar la vida mientras dure. Ya sea con esos pequeños detalles anónimos como ir a desayunar los viernes a el Fassi, o escuchar canciones profanas bajo la amenazante temperatura ascendente o reposando en la vía pública, viendo pasar a unos y a otros mientras el cotilleo y la curiosidad avivan una tarde cualquiera.
¿Cuántos años de vida útil nos quedan? Si ya estamos en esa edad en la que el colesterol empieza a hacer escollos, el ácido fólico baja tenuemente y la pesadez de los kilos nos arrincona con tallas cada vez más generosas, debemos empezar a plantearnos eso de que la vida es una, pero limitada por los pormenores de la existencia. Y aún no sabemos a ciencia cierta cuando la parca nos llevará de la mano hasta el otro lado de la orilla. Ese instante de transición puede ser mañana, o en un rato. Quien sabe.
No vale salvar lo que nos queda con profundas oraciones al Dios invisible, sino mostrar generosidad para con nosotros y para con el resto. Dios ya repartirá suerte en la vida eterna, pero nosotros, envilecidos en ese instante de desprendimiento fugaz, debemos abrirnos al mundo, de la misma manera que una flor se abre en primavera, y así expandir nuestro propio aroma todo cuánto podamos. No queda otra que ser llama, fuego cósmico, luz, aunque nuestro brillo dure lo que dura un instante. Y mientras la existencia pasa, celebremos cada segundo como fuente de vida eterna. Celebremos la vida.