Todo empezó por mi portátil. Se negaba a conectarse, me decían que pensaba lento, que
tuviera paciencia. Al cabo de unos días, vi que el agua de la ducha tardaba en calentarse.
Por eso de la conciencia y el ahorro, me empecé a duchar con agua fría (fría como la
mirada de un policía de tráfico al darte el alto. Fría como un verano solitario).
Luego fue la tele, que no arrancaba, la cabrona. No era culpa del mando, ni una avería,
simplemente, le costaba cumplir con su obligación de volverme loca entre tanda y tanda
de anuncios.
Me tuve que conformar con ver juicios listos para sentencia, sesiones parlamentarias
con el voto dado, asesinatos con el asesino ya confeso.
Ingenua de mí, y paranoica por tanta vida a medias, lo atribuí todo a “la rebelión de las
máquinas” —ahora que todo el mundo se rebela, tenían derecho también esas
desgraciadas a decir “esta boca es mía y no tuya, pedazo de idiota, y trabajo y descanso
y me jubilo cuando quiero—”

Pero pronto, todo empezó a deslizarse hacia un inquietante misterio: la lentitud de la
naturaleza misma, una especie de imperio de la pereza.
Si subía la persiana, el sol tardaba en entrar más de la cuenta. Me volaba el sombrero
cuando ya no hacía aire. El día se alargaba y la noche aparecía con un retraso
exasperante, casi de la mano del alba, y así, se retrasaba irremediablemente
mi vigilia, mi sueño, el despertarme (hasta después de tres cafés, era incapaz de
confirmar que seguía estando viva).
Un aletargamiento global, una desesperante parsimonia, empezó a afectar también a mis
manos, a mis pies, a mi sexo, a mi cabeza.
Sólo mi miedo y mis arrugas seguían fieles al dictado de la velocidad justa
que nos impone el universo.
Sólo mi miedo y mis arrugas mantenían un ritmo
diligente y regular.
Eso me dio la clave: quizás es que me estoy haciendo vi……e…..jaaaa…
pensé len-ta-men-te.
1 comentario
Como síntoma añadido, en mi caso, a la vejez; siento la misma sensación pero, cuando hecho la mirada y el pensamiento atrás, me doy cuenta de lo rápido que ha pasado todo en contraposición de lo lento que es el presente.
¿Será posible, en esta dimensión tan relativa, que el pasado sea mucho más veloz que el presente? Y en tal caso, ¿Que velocidad llevará el futuro?
Un relato fantástico. Me ha encantado.