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Sabía que vendrías

por Jandro Olmo
2 min. de lectura

Mario vivió el desamor durante años junto a su esposa. Estrella ocupó sus días al lado de Antonio, también durante años y con más pena que gloria. Ninguno sabía desde hacía tiempo del otro. Ambos se amaron en su juventud y los dos continuaron queriéndose en la distancia, en silencio, respetuosamente, y alimentando día a día el único recurso del que disponían cada uno en su circunstancia: la mente, que fue capaz de mantenerles unidos más de 50 años.

El puente de los sueños

sabía

La puesta de sol en La Mitjana era siempre de una belleza espectacular. Mario tenía por costumbre, desde hacía dos años, pasar largo tiempo sentado en un extremo del puente de madera contemplando absorto el ocaso del Sol y dejándose llevar por los recuerdos. Revivía temblorosos besos regalados, apasionados encuentros y largas conversaciones salpicadas por el rumor del rio y finalizadas con la penumbra del Sol que lentamente desaparecía de su vista.

Luego regresaba a su casa donde su hija le tenía ya preparada la cena. Sopas de pan y luego más recuerdos. En aquellos años y en aquél puente estaban convencidos de que vivían el preludio de toda una vida juntos. Cincuenta y siete años de ausencia, no obstante, separaban esos momentos de las actuales tardes de Mario en el puente.

Hola Berta,

Te sorprendrá esta carta y seguramente te preguntarás quién te la escribe. Soy Gertrud, hija de Estrella. También es posible que no te suene este último nombre. Quizá nunca te habló de ella, pero mi madre siempre estuvo muy unida a tu padre. Desde que hace más de 50 años sus vidas se separaron y ella recaló en Alemania, tu padre ocupó un lugar especial en su corazón. Me consta. Me hablaba de Mario en muchas ocasiones y al hacerlo sus ojos se iluminaban mostrando una mezcla de nostalgia, de gozo y de resgnación; esta última que procuraba disimular ensalzando las virtudes de quien fue su amor de juventud.

Mi madre falleció hace tres meses. Pocos días antes de partir me pidió volver junto a Mario. Sabía donde encontrarlo y me encargó esta tarea que ahora me atrevo a compartir contigo con la esperanza de que me ayudes a hacer realidad la última voluntad de mi madre. En breve viajaré a tu ciudad, espero que nos veamos y entonces te cuento todo. Un fuerte abrazo, Gertrud.

El carro de brisa

Mario se sentó junto al puente ayudándose con la mano apoyada en el suelo y achinando los ojos por el esfuerzo al doblar la cintura. Una vez acomodado recostó la espalda en la baranbdilla de hierro no sin antes colocar, como hacía siempre, el pañuelo doblado repetidas veces, a modo de almohadilla, detrás de la cabeza. Cuando entonces la baranda no era de hierro, la madera es más acogedora, decía para sí cada vez al sentarse. Sus movimientos eran lentos, como sus recuerdos de cada tarde; y se dispuso a desgranarlos mientras una brisa de aire y amarillenta luz recorría el puente.

mitjana

En el otro extremo Gertrud y Berta le observaban en silencio, las dos embargadas por la emoción. Se miraron y se contestaron asintiendo sin mediar palabra. Gertrud acercó a sus labios la cajita de madera, la besó durante unos segundos y la abrió lentamente para después levantarla hacia el cielo.

Estrella recorrió el puente, veloz y desmelenada, subida en el carro de la brisa y llegó hasta él. Mario notó la caricia en sus párpados y abrió los ojos para despertar de sus recuerdos.

– Hola, por fin – y volvió a cerrarlos – conozco esa piel, nunca la olvidé. Sabía que vendrías.

2 comentarios

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Josep Palau 15/01/2023 - 13:02

Com sempre, son escrits plens de sabiduria, aveure quin día anem a presentaciò de una novela teva.

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Ana Borreguero 15/01/2023 - 19:48

Quina meravella de relat!. I cóm, en tan poques línies, has sabut resumir una història d’amor, trista, per lo truncada, pero emotiva i segurament més real del que ens pensem.
Jo també opino que podria ser un llibre preciós. Enhorabona.

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