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Expolio sentimental

por Gloria Martín
2 min. de lectura

Continúan los desahucios. Quizás resulte un poco trivial, cuando familias enteras siguen siendo expulsadas de sus casas por los bancos, y tienen que acabar, en el mejor de los casos, como ocupas de las de los abuelos, con una mano delante y otra detrás, hablar de ese otro tipo de desahucio: el  expolio sentimental del que somos víctimas la mayoría de los mortales cuando abandonamos definitivamente nuestro hogar para partir rumbo a una residencia de ancianos o a esa residencia definitiva que llamamos cementerio.

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Un día, hace ya años, la vecina de una amiga mía me enseñó orgullosa su casa. Era una viuda mayor, encantadora, muy culta, amante de la música clásica, que siempre iba como un pincel. Había sido maestra republicana y hablar con ella era un placer exquisito. Cuando la señora  murió, el piso, que era de su propiedad, pasó a manos de su único hijo. Durante varios meses estuvieron de obras: suelos nuevos, tabiques nuevos, ventanas nuevas, baños nuevos, cocina nueva…Antes de iniciarse las reformas, se vació la casa (vaciar, qué verbo tan cruel, a veces; que verbo tan injusto, que trata a nuestros hogares como simples recipientes)

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Cada vez que iba a visitar a mi amiga, como la puerta de aquel piso estaba siempre abierta por las obras, veía con desolación aquella especie de “expolio sentimental” y se me saltaban las lágrimas, porque me venía a la memoria con qué orgullo me había enseñado la anciana, un año atrás, su hogar decorado “a la antigua usanza” – ahora se ha puesto de moda el minimalismo: paredes vacías, tonos neutros, espacios diáfanos-. Aquella casa, sin embargo, contenía una y mil historias, envueltas en el sabor que dan los años: fotos antiguas enmarcadas; jarrones con inmarchitables flores de plástico; cojines primorosamente bordados; figuritas de porcelana; tapetes de ganchillo protegiendo los brazos de los sillones; muebles clásicos de madera de caoba; paisajes al óleo.

 Una y otra vez, ante aquel expolio sentimental, yo me preguntaba ¿dónde habrá ido a parar todo aquello que ella tanto ha amado y que la ha acompañado hasta sus últimos momentos? Cómo nos aferramos a nuestras cosas, pensando, inocentes de nosotros, que nos van a sobrevivir, que van a dar fe de lo que fuimos, cuando lo que ocurre siempre es que nosotros vamos…donde sea que vayamos, y nuestras cosas…a un contenedor o a un cuarto de los trastos…

Expolio sentimental

Sí, deberíamos aprender a desprendernos de las cosas antes de desprendernos de la vida, o de que la vida se desprenda de nosotros. No sería mala idea vaciar nuestra casa antes de que nos la vacíen. No sería mala idea quemarlo todo y realojarlo en nuestro corazón, hasta que las cenizas de lo que tuvimos descansen algún día junto a las nuestras.

¿Es muy disparatada mi proposición?

Lo digo como lo siento.   

2 comentarios

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Ana Borreguero 31/01/2023 - 07:27

Precioso el escrito, Gloria y cómo nos vemos muchos reflejados en él!
La de veces que habré comentado yo que qué haran mis hijos con el montón de álbumes de fotos de toda una vida, con las cintas de videos de su infancia y nuestra juventud, con los cuadros, con los libros…en fin, con esas cosas cuyo valor material es mínimo pero el sentimental es inmenso.
Pena de no poseer ya aquellas buhardillas llenas de tesoros cubiertos de polvo, relegados al olvido, pero siempre con la posibilidad de que un alma curiosa los retornara a la vida en algún momento.

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María Rosa 31/01/2023 - 16:59

Bueno me parece todo muy real.Yo soy todavía una de esas personas que conserva cosas,un jarrón..Unas fotos incluso de mis abuelos.Pero hasta documentos que són de mis abuelos paternos!!!I sé que cuando yo me vaya no los guardarán.Tengo 75 años

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