Al final de la escalerilla, justo en la puerta del avión, la sobrecargo recibía al pasaje con amplia sonrisa y como si fuera de la familia, con amable disposición. Al flanquearla mi curiosidad dirigió la mirada tras ella para escrutar el interior de la cabina de pilotos. Acerté a ver el gran panel frontal, lleno de relojes, dos enormes respaldos de los asientos de piloto y copiloto y poco más.
Piloto… de simulación
Me salí de la fila y aguardé a que la azafata tuviera unos segundos de descanso en la procesión de pasajeros para pedirle si habría algún inconveniente en saludar a los pilotos. Para ello utilicé un rimbombante título: piloto de simulación, que aun siendo verdadero se refería únicamente a mis horas de vuelo con el ordenador. Tras consultar en el interior me franqueó la entrada al pequeño habitáculo en el que se toman todas las decisiones para que el vuelo discurra con normalidad.
Apenas fueron dos minutos los que estuve en el “cockpit”, que así se llama en la jerga aeronáutica, en los que trasladé a los pilotos mis escasos y teóricos conocimientos de vuelo. Mientras lo hacía intenté almacenar en mi memoria la composición del espacio en que me hallaba, curiosamente reducido en comparación con la grandeza del avión. Observé que lo que iba descubriendo se correspondía con exactitud a lo que yo veía en el ordenador utilizando el programa Flight Simulator.
Como en la ficción, el noventa por ciento de los instrumentos están duplicados y sincronizados para que puedan ser manejados por piloto y copiloto indistintamente. Vi los volantes que en aviación vulgarmente se denominan cuernos, y tras ellos el panel con un buen número de pantallas y relojes cuya misión es la de facilitar al piloto información de la velocidad, la altura, el régimen de ascenso, los puntos por los que ha de pasar según el plan de vuelo establecido, etc. En medio de este panel sobresalía una gran palanca responsable de accionar el tren de aterrizaje.
Entre ambos pilotos pude observar fugazmente el bloque de potencia, la palanca de gases con la que se imprime fuerza a los motores y la de los flaps, superficies móviles que se despliegan en las alas y aumentan la sustentación del aparato. A derecha del piloto e izquierda del copiloto, sendos ordenadores, similares a un móvil en cuyo interior se almacena toda la información del vuelo: ruta a seguir, datos sobre las pistas de despegue y aterrizaje, peso del avión, centro de gravedad, velocidades máximas para iniciar el despegue y otros muchos parámetros que el avión necesita y procesa para el correcto discurrir del vuelo y funcionamiento del aparato.
Oiga, tenemos un problema
Ya en mi asiento de cabina dormitaba tras la comida que se había servido. Llevábamos una hora de vuelo cuando un leve toque en mi hombro me despertó. La sobrecargo me dijo al oído si podía acompañarla. Así lo hice y antes de entrar en la cabina me informo alarmada que algo grave sucedía. Una intoxicación debida a la comida que los pilotos habían ingerido les había producido desmayo y la pérdida de conocimiento. Usted es piloto de simulación, ¿no?. Pues estamos en sus manos.
Una contracción general de la musculatura recorrió mi cuerpo y lo paralizó durante varios segundos, en los que miraba a la azafata sin reaccionar. No hay mas remedio, insistía ella. ¡Haga algo, por favor!
La azafata tenía razón. Ocupé el puesto del comandante, me puse los cascos y repasé el panel de instrumentos que tenía frente a mí. Me decía que estábamos a nivel 300, treinta mil pies de altura, 290 nudos de velocidad, rumbo 210º y quedaban 25 millas para tener que iniciar el descenso. Sabedor de que la informática y los automatismos que el avión lleva incorporados serían de incalculable ayuda me comunique con el control aéreo de Canarias.
Canarias Control, aquí Vueling 053AL, May Day, May Day, nivel de vuelo 300 a 20 millas descenso. Me encuentro al mando de la aeronave por grave indisposición de los pilotos. Mis conocimientos son elementales obtenidos mediante simulación virtual.
En la conversación con el control de Canarias informé al controlador de que conocía teóricamente los procedimientos para dirigir el avión hasta el aeropuerto de Tenerife Norte y él me dio los datos necesarios para hacerlo. Llegada instrumental TERTO1W, QNH del campo 1019 pista Tres Cero.
Llevé mi mano a la botonadura de la altitud que en ese momento marcaba 30.000 pies y la rodé a la izquierda hasta situarla en 2.300 pies, altitud en la que, si todo iba bien, el avión debería gobernarse automáticamente por las señales de la baliza situada en cabecera de la pista Tres Cero y descender hasta el aterrizaje. Cuando el avión llegó al punto de descenso comenzó a bajar, la aguja del altímetro que hasta entonces aparecía horizontal se inclinó hacia abajo.
La pantalla de la velocidad indicaba su aumento, de modo que activé los aerofrenos para contenerla. La computación hacía el resto y la mantenía en los márgenes prefijados en el ordenador de a bordo, según las alturas y distancias al aeropuerto establecidas. Noté la enorme diferencia de manipular instrumentos simulados a los reales, cuyo tacto y resistencia a mis movimientos nada tenían que ver.
Sí, o sí
Sabía que había que hacer, además de encomendarme a los dioses. El avión me iba a ayudar. Sólo tenía que contener los nervios de la mejor manera posible. Atravesando la altitud de 4.000 pies activé el botón del localizador (LOC) y pasando por 3.000 el de aproximación (APP). El indicador que me informaba acerca del correcto régimen de descenso (un rombo de color rosa que iba descendiendo hacia la mitad del cuadro) se plantó justo en el centro. El rombo se llenó de color, señal que estábamos a 2.300 pies y que la conexión con la baliza había funcionado.
El avión descendía solo. A partir de ese momento bajé el tren de aterrizaje y fui extendiendo flaps para ayudar a la sustentación del avión volando cada vez más lento. No quité el piloto automático. El comandante lo habría hecho y aterrizado manualmente, pero yo no lo habría logrado. Lo desactivé en el momento de tocar tierra, tras un fuerte y espectacular impacto que destrozó el tren de aterrizaje derecho. El avión se arrastró dos kilómetros por la pista y se detuvo ya fuera de ella.
La azafata se desabrochó el cinturón, resopló, y se echó a mi cuello.
5 comentarios
Como todo lo que haces, amigo Jandro, un relato excelente.
Tú, que eres muy generoso.
Gran relato, me gusta mucho. ¿Serias piloto en otra vida? jejeje
Me alegra que te haya gustado.
Jandro:
¡ No es muy distinto pilotar un avión que canta ante un público desconocido !
El terror es el mismo.
¡¡ Y en ambos casos saliste triunfante !!
En hora buena.