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Aromas de iniciación

por Jandro Olmo
2 min. de lectura

La memoria se nutre de múltiples sensaciones, también de aromas, que nos despiertan la atención y que se disponen en los más íntimo del cerebro, ordenadamente o no, para emerger de repente o cuando las evocamos, porque hace tiempo que quedaron en el olvido.

La niñez, la adolescencia, la soledad, la camaradería, la amistad; iban a presentarse ante mí en el momento de cruzar la puerta del Colegio de Huérfanos de Oficiales del Ejército (CHOE) en Padrón (La Coruña), una tarde de septiembre de 1967. Había cumplido los doce y hoy, cuando veo a mi nieta que está a punto de alcanzarlos, me resulta extraño situarla donde yo me situé. El niño de entonces es la adolescente de hoy, aunque quizá aquél también lo fuera sin saberlo.

En el patio

Llegué al colegio la víspera de que arribara el contingente general de alumnos que vendrían en tren desde Madrid. Mi madre y mi hermano mayor decidieron acompañarme en coche hasta tierras gallegas. Un viajecito de nada. Tras despedirme de ellos, Sor Vitoria me llevó de la mano hasta el patio, sin parar de decirme “tranquilo Olmo, ahora verás a unos amiguitos y vas a estar bien” No recuerdo haber llorado, pero es muy probable que sí lo hiciera sin demostrarlo. Por cierto, fue entonces cuando tomé conciencia de mi apellido. Allí sería Olmo y, en ocasiones, el 37.

La amistad, que necesita asolarse como el buen vino para alcanzar la verdad, creo que comenzó a forjarse con aquel reducido número de chavales que jugaban a la araña, saltando sobre la espalda del chico situado en el centro del circulo marcado sobre la tierra y al que había que entrar sin ser tocado por el que “la llevaba”. Estuve unos minutos mirándolos, indeciso, vergonzoso, hasta que Eugenio Castellví me despertó de mi ensoñación con un “qué chaval ¿te ajuntas?, me llamo Eugenio, y este es mi hermano. Fueron mis primeros amigos del internado.

aromas

Las palmas de Sor Vitoria

Pronto se hizo de noche. No recuerdo la cena. El patio se encadena con el dormitorio: una gran nave en forma de T, con varias hileras de camas, cada una de ellas con su mesita/armariete. La sala acogía, al menos ciento cincuenta camas y únicamente media docena de chavales ocupábamos las que nos habían correspondido, muy separados entre nosotros. Con la sábana y la manta a la altura de la barbilla, recuerdo que apenas movía la cabeza y que la oscuridad era absoluta. Me esfuerzo por viajar a ese momento para saber si tuve miedo. No lo logro. Y aunque es más que probable que sí lo tuviera, aparece mucho más la sensación de soledad benigna, asumida, aquella que merece la pena poner en valor frente al descrédito que acompaña a la palabra en general. A esa noche de ojos abiertos creo deber mi querencia a sentir la soledad ante el Universo.

El sueño, finalmente, me venció. Y las palmadas de Sor Vitoria, que serían una constante todas las mañanas siguientes, me despertaron. “Venga niños, arriba todos y a lavarse bien lavados”. Abrió las contraventanas de madera y pude observar el patio lleno de niños de diferentes edades. Mis compañeros. Ya estábamos todos y yo era de los mayores: doce años y repetidor.

Aromas perennes

Aromas de iniciación

Crucé el pasillo que formaban dos hileras de camas y que conducía a los lavabos y me puse frente a una de las picas, Abrí mi neceser y estrené la pastilla de jabón “Heno de Pravia”. A mi lado Eugenio se lavaba la cara, también con jabón, y se la enjuagaba frotándosela enérgicamente con las manos llenas de agua que recogía, una y otra vez, del grifo. Quise hacer lo mismo y quedó patente mi torpeza. Eugenio me miraba esbozando media sonrisa. Yo siempre me había lavado la cara mojando una parte de la toalla, como me enseñó mi madre, pero llené mis manos de jabón y recorrí con ellas mi cara cerrando los ojos.

El aroma del jabón Heno de Pravia y el agua chapoteando en el rostro se convirtieron desde entonces en dos escenas más de las que alimentan mi memoria. El agua, por cotidiana, escapa muchas veces a mi atención, pero cuando puedo atrapar el olor del jabón revivo con su aroma esa etapa iniciática que transcurrió para mí en tierras gallegas.

2 comentarios

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Ana Borreguero 05/09/2022 - 14:36

Precioso articulo.
Yo creo que los olores, los aromas, son los que evocan, de una manera más vívida, los recuerdos que han quedado marcados como a fuego en el bagaje de nuestra memoria, generalmente referidos a la niñez o a la primera juventud.

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Gloria 04/10/2022 - 23:39

Me ha encantado tu relato, con un poco de ficción, y sé que la imaginación no te falta, ahí tienes una buena historia. ¿Para cuándo esa novela?

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