Señorías, comparezco ante ustedes con el fin de justificar mi, según su apreciación, manera de ser y proceder. Sostienen que yo soy el mal, que lo encarno. Desde su estrado, con la prepotente autoridad que se supone les otorgan las puñetas que les revisten y la diferencia de nivel que nos separa, de altura en la sala, digo, me retrotraen, inevitablemente, al principio de los tiempos, cuando la soberbia y el fanatismo se impusideron a la razón.
Enemigo público
Ustedes se llenan la boca y promueven con sus sentencias conceptos que, se supone, deben presidir el quehacer constante de la Humanidad. Ya perdonarán. Permítanme que me sonría y no se ofendan por ello, pero deben saber que no sólo no los asumo, sino que me pertenecen. Sí, son míos. Yo los planteé, y su reivindicacioón bien cara me costó. Caí en desgracia (aparente, dicho sea de paso), soy vilipendiado por todos, objeto de interesadas interpretaciones históricas y chivo expiatorio por el jerarquía eclesiástica, que me convirtió en el enemigo público número uno, por otra parte necesario para la supervivencia de esta.
Señorías yo no soy malo. No niego que sea la encarnación del mal, pero muy a pesar mío porque esta es una etiqueta que no he podido arrancar de mi traje y, la verdad, ahora ya apenas insisto en desprenderme de ella. Quienes me conocen de veras, aunque sean los menos, saben que mi discurso fluye siempre en favor de la libertad y en contra del dogmatismo.
Caída libre
El ejercicio de la libertad de expresión fue uno de los detonantes de mi caída. Opiné y no lo hice a gusto del Creador, quise tener libertad de acción y ser dueño de mis actos según los dictados de mi conciencia, cuestionando consignas dogmáticas de las que discrepaba y que llegaban impuestas.
¿No están hoy reconocidos como fundamentales derechos y reivindicaciones que la Humanidad ha hecho suyas con el paso del tiempo? A mí se me negaron. Disponer del libre albedrío supuso para mí y los míos ofender en grado máximo los designios que imperaban en la época; y la práctica de la Democracia frente a la Dictadura celestial me convirtió en el más execrable de los ángeles. Per no lo soy. Soy igual que mis hermanos: un ángel. ¿Por qué mantienen ellos en exclusiva el patrimonio de la belleza y la bondad? Yo se lo diré, señorías: porque tanto ellos como nosotros somos fruto de un sibilino marqueting. Sedosos, rubios, estilizados y sonrientes, ellos; y huraños, oscuros y permanentemente enfadados, nosotros.
Me juzgan y lo hacen de acuerdo con la leyes que han sido creadas para que sean respetadas por la sociedad. Una cosa si me gustaría advertirles: sepan que cuando lo hacen se estan juzgando ustedes mismos. Tengan cuidado porque les va a resultar un tanto dificil impartir lo que se dice JUSTICIA en mayúscula, ya que deberán hacer un ejercicio de honradez supremo para absolverse o condenarse cuando lleguen a la conclusión, si es que así realmente lo desean, de que resido en cada uno de ustedes y actúo según me dictan sus voluntades. Me dejo querer, pero son ustedes quienes eligen.
Libre elección
Si lo dicho les causa alguna inquietid que otra olvídenlo y sigan el camino de la ortodoxía. Su presunta condena pasará a engrosar la larga lista de autoengaños que atesora la Humanidad y la conduce por el recto sendero de la tranquilidad ignota. Ustedes seguirán en la zona de confort y yo seguiré vistiendo la capa roja y luciendo incandescentes cuernos mostrándome como aquello que debe ser repudiado y confinado para vivir entre llamas y tinieblas.
Soy su enemigo, sí, soy suyo porque les pertenezco, pero pueden vencerme. Si quieren.
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Otro artículo más con la lucidez a la que nos tiene acostumbrados Jandro, y ese punto irónico que tan bien domina. Y, por supuesto, con la más estricta educación. Genial.