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¡Reid, reid malditos!

por Jandro Olmo
3 min. de lectura

Reid, reid sin parar hasta que duela todo el cuerpo, y hasta el alma, que de eso se trata.

El presentador del Telediario calló en seco. Ojiplático y demostrando incredulidad acercó la vista al papel y comenzó la lectura de la sorprendente noticia; “las autoridades sanitarias alertan sobre la existencia de un virus, localizado en el ambiente, y que afecta, parece ser que de forma irreversible, al humor de la humanidad. Los sintomas son una risa incontenible que se apodera de los contagiados”. Cariacontecido esbozó una sonrisa y, fuera de guión, exclamó ¡Dios!, al tiempo que desataba una sonora e irreductible carcajada. Tras él la pantalla mostraba gente paseando por una calle de una ciudad cualquiera, riendo a mandíbula batiente y desplomándose sobre la acera.

reid

-¿Qué es esto, qué le pasa a Fernando? – espetó el regidor

– Ni idea, chico – dijo la maquilladora mientras recogía apresuradamente cepillos y pinturas – ha sido nombrar a Dios y empezar a reirse.

Rosa, la maquilladora, se tapó la boca con la mano pero no pudo hacer nada. Una risa incontenible se apoderó de ella. ¿Qué tendrá que ver Dios con todo esto? se oyó que decía el realizador. Fue mentar la palabra y una hilarante carcajada inundó la sala de realización. Poco a poco el contagio invadió por completo el plató de Informativos.

Guerra a la laicidad

En la Conferencia Episcopal Europea, en Lausana, había comenzado la “Operación Risa Final”. La jerarquia católica mundial tenía ya en marcha el plan urdido conjuntamente con el Vaticano para purgar a la Humanidad y dejarla limpia de todos aquellos que osaran utilizar el nombre del Creador en vano.

La laicidad estaba avanzando a una velocidad exagerada en opinión del clero y ganaba terreno sin prisa, pero sin pausa. Suponía el abandono de los verdaderos dogmas de la Iglesia católica y los altos cargos eclesiásticos habían decidido volver a los métodos instaurados por la Inquisición para poner coto al progreso de los herejes. Hoy el Santo Oficio debía adaptarse a los nuevos tiempos y la virología se presentaba como la fórmula más eficaz para reducir la epidemia anticatólica, mediante la propagación de otra.

¡Reid, reid malditos!

Todo aquél que se llevara a la boca el nombre de Dios, sin que este estuviera inmerso dentro de una plegaria, rito, liturgia o credo católico, sería un serio y definitivo candidato a recibir el virus de la risa, siempre alerta y dispuesto a colonizar renegados. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la risa no produciría efectos placenteros o felicidad alguna. Se terminó la banalidad. La gente se moriría de risa, sí se moriría. Nada de sentidos figurados.

Morirse de risa

El procedimiento se basaba en provocar una risa continuada por medio de la infección del diafragma, que era ocupado por el virus y que, a su vez, afectaba a la zona simpática del cerebro y provocaba la risa, de modo que el músculo dejaba de trabajar de forma voluntaria para descontrolarse y vibrar arrítmicamente hasta quebrarse.

El virus inhalado se activaba al percibir el cerebro el sonido de la palabra clave, y era capaz de analizar el contexto en el que se había pronunciado para operar según su programación que, además, obtenía la traducción inmediata en todas las lenguas del mundo. Las consecuenias eran la mentada ruptura del diafragma y la aparición de disnea, cianosis, dolor extremo en los hombros y dolor torácico que daba paso al colapso pulmonar y al fatal desenlace.

Se necesitaron apenas dos meses para que la Humanidad regresara a la ortodoxia más inflexible y jamás conocida. ¡Por Dios que se consiguió!. No sigo escribiendo porque empieza a faltarme el aire. Nunca me había hecho tan poca gracia reírme de esta manera. Ja ja ja ja. Pero que…

1 comentario

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Albert Gonzalez MM 04/01/2023 - 00:00

Molt bo!

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