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Luz a pecho descubierto

por Jandro Olmo
3 min. de lectura

Volver a empezar, renacer, volver a nacer, rebrotar. En el terreno de las ideas estos términos son, en cierto modo, asequibles cuando de por medio se da el aprendizaje, mediante el concurso de doctos maestros que aportan luz con su sabiduria a las tinieblas del conocimient en cualquier materia.

Las ideas devienen propias y, segun ellas, se instala un comportamiento que suele ajustarse, en la medida de lo posible, a los postulados que las definen. Pero la dificultad de mantener esa sintonía entre la idealidad y el cotidiano quehacer de los hombres, crece poco a poco con el abandono de la profundización en aquello que forma parte de nuestro interior. Se abre paso la vulgaridad, la superficialidad y el acomodo de posiciones que el mundo profano pone ante nosotros vestidas de facilidad, de simplificación.

Reflexión

Platón afirmaba que el alma del sabio, sólo cuando logra ser liberada de las ataduras que la unen al cuerpo, retorna al mundo de las ideas. Pues bien, para esta liberación es necesaria una matamorfosis, la regeneración continuada, y también la súbita, de ciertos planteamientos de vida. Cuando este cambio sucede paulatina y periódicamente querrá significar que la comunión entre las ideas y su praxis se alcanza de modo también paulatino y no traumático. Reflexionar no es tarea fácil, no todos nos acercamos a ello y, lo que es peor, no todos solemos hacerlo.

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Existe un tiempo y un lugar para cada cosa. El tiempo discurre ante nosotros para que, libremente, elijamos cómo y cuando debemos disponer de él. Es amplio, y por ello difícil de acotar para destinarlo a aquello que nos obliga o no nos place excesivamente. ¡Hay tiempo para todo! ¡Ya habrá tiempo! ¡Tengo todo el tiempo del mundo!.

Con estas y otras similares expresiones dilatamos a nuestro antojo el espacio para reflexionar. El lugar es importante, y también podemos elegirlo, pero en ocasiones es él quien se encarga de escoger el momento y nos ayuda a percibir que el tiempo ha llegado.

El cuarto oscuro

Unas paredes negras, una tenue luz, categóricos recordatorios impresos que brotan de la pared y penetran en la vista sin que sirva de nada la voluntad de alejarse de ellos. Y la soledad, el aislamiento que conlleva el cuarto oscuro de la reflexión. Son elementos que consiguen aunar, en tiempo, forma y lugar, el momento de la introspección. Se vislumbra la regeneración, el inicio de la palingenesia necesaria para llevar a cabo esa anhelada comunión entre las ideas y su puesta en práctica.

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Una reflexión de estas características es súbita, casi repentina desde el momento en que el Hermano Experto cierra la puerta del cuarto de reflexión y se lleva consigo fruslerías y metales que, simbólicamente, te unen al mundo profano. Despojado de ello, sólo el espíritu sirve para moverse por el reducido espacio de esas cuatro paredes. No hay llave para salir, no hay dinero para contratar albañiles que abran una ventana. Sólo queda una preciada llama que ilumina la oscuridad e invita a la reflexión.

Introspección obligada

En esa situación resulta obligado, y una extraña inercia así lo facilita, adentrarse en el interior, rebuscar por los casi obturados pliegues del espíritu los verdaderos valores y descubrir qué distantes están de aquellos que imperan en el mundo exterior. Tarea , por otra parte, nada fácil y prácticamente inalcanzable en ese momento, puesto que tampoco se trata de abdicar de aquellos adquiridos en el mundo profano y que puedan haberse derivado del esfuerzo honrado.

Luz

Ahora sí que hay tiempo. Será este, y de hecho así es, un iniciio a la progresiva búsqueda de la Verdad, que con la ayuda de los hermanos debe ir apareciendo durante el camino que nunca acaba en la Orden.

Esa luz que luego nos penetra y a la que nos enfrentamos a pecho descubierto ha de estar precedida por la oscuridad del cuarto de reflexión, para que en esa noche queden vagando las impurezas endémicas de nuestro pensamiento, esas que dificultarían una ulterior visión sincera y virgen. De no ser así la rotura no tiene lugar y la continuidad no nos conduce al objetivo.

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