El Diccionario de la Real Academia Española define el radicalismo como el “conjunto de ideas y doctrinas de quienes, en ciertos momentos de la vida social, pretenden reformar total o parcialmente el orden político, científico, moral y aun el religioso”, situándose en las antípodas de los movimientos reformistas moderados y conservadores
En consecuencia, podríamos definir a una persona radical como aquella dispuesta a efectuar cambios sociales y reformas, pero bebiendo de la raíz (radical) de la propia palabra, y considerando que las modificaciones radicales deben ser siempre extremas, categóricas e inflexibles, Éstas, y los movimientos que las aglutinan, aparecen en Francia a mediados del Siglo XIX, para fortalecerse en los inicios del XX, sobre todo en América Latina (Argentina y Chile) y, a diferencia de otros movimientos situados más allá de la izquierda, persiguen sus fines excluyendo a la violencia como medio para llegar a ellos.
Posibilismo
El mismo diccionario define el posibilismo como la “tendencia a aprovechar para la realización de determinados fines o ideales, las posibilidades existentes en doctrinas, instituciones, circunstancias, etc., aunque no sean afines a aquellos”. A tenor de ésta definición, un posibilista sería aquél contrario a las posiciones inflexibles o irreconciliables, tal y como propugnaba un firme defensor de esta práctica en la política española del siglo XIX, Cánovas del Castillo. Se trataría, pues, de lograr lo mejor de lo posible, buscando el límite de las posibilidades
Parece razonable, como en todos los ámbitos de la vida, encontrar una equidistancia sobre los planteamientos de modo que sean factibles los siempre deseados puntos de encuentro.
Así, Radicalismo Posibilista vendría a ser el apoyo de todo aquello que tenga de novedoso y progresista viniendo de donde viniera con el ánimo de conjugarlo con las opciones asentadas sobre la realidad y escrutando los caminos más idóneos para su puesta en escena, lejos de la revolución. ¿Es posible ser radical sin tener que ser revolucionario?. A mi entender es posible ser posibilista y radical a la vez, en cuanto que los planteamientos que sostiene éste último pueden ser perfectamente revolucionarios, pero la forma de llevarlos a la práctica y convertirlos en hechos pueden y deben discurrir por cauces posibles, por aquellos de la propia realidad social que nos envuelve.
Esta dicotomía, tan aparentemente distante en cada una de sus concepciones iniciales, nos lleva a la aparición de otro concepto que las sobrevuela y que se presenta como deseable objetivo a conseguir: La Utopía. El término es utilizado en ocasiones en tono despreciativo y/o acusatorio, pretendiendo con ello desacreditar o hacer imposibles propuestas concretas que afectan a cualquier aspecto del desarrollo personal y colectivo.
Pragmatismo utópico
Soy de la opinión de que es perfectamente compatible sostener la utopía ética de cualquier ideología con el posibilismo obligado de cualquier operativa sobre la realidad presente. Son dos campos de actuación perfectamente legítimos, incluso añadiría que deseables y, a su vez, complementarios. El primero suele ser interpretado como más radical cuando es enunciado, pues no en vano se asienta en la raíz de lo que debería ser, de un “desiderátum” sin más. El segundo nos conduce a explorar las vías de las que disponemos o podemos crear para pragmatizar al primero, para avanzar, gradualmente, en la dirección deseada, que no es otra que la de la consecución de la utopía que ha dado origen al proyecto ideológico. Posibilitarla equivaldrá a otorgarle carta de naturaleza y validez real. Alguien dijo: Una idea, si no se lleva a la práctica, no es nada más que un sueño.
Otros desde el conservadurismo atribuyen al utopismo gran peligrosidad que quizá no le corresponde, al menos directamente.
Sostener una utopía no tiene por qué impedir el análisis de la realidad, la ideología debe ser el diagnóstico y recetario fruto de lo que se ve, no lo que se ve fruto de la ideología. O al menos eso deberíamos pretender si nos importa lo más mínimo la verdad, y si tenemos algún aprecio por el método científico y la razón. Además, si no intentamos reconocer la realidad y caemos en el voluntarismo utopista entonces el avance será imposible y la utopía será más anhelo que nunca.
Las utopías éticas no son peligrosas, son la idealización espacial de nuestros principios. Lo peligroso es no ser consciente de que las utopías son eso, una idealización, una perfección que jamás será vivida. Lo peligroso es no ser consciente de que el papel lo aguanta todo, tener la arrogancia del planificador. Lo peligroso es agredir en nombre de la utopía a personas que no las comparten, que tienen su propia utopía ética. Hay tantas utopías como individuos. Todos tenemos un subjetivo modelo de perfección y la gente cuerda lo reconoce de realización altamente improbable o directamente imposible. Lo peligroso, por los tanto no sería tanto dicha utopía ética como el querer vivirla a toda costa en nuestra corta vida y esclavizando la ajena.
Un ejercicio de humildad y de ser conscientes de las propias limitaciones personales y colectivas debe llevarnos a conjugar honradamente estos dos conceptos que titulan la presente plancha y que, en muchas ocasiones, se presentan aislados y a los que se les otorga veracidad absoluta y completo éxito para quien los asume.