El concepto de Dignidad adquiere multitud de consideraciones a la hora de establecer una definición de la misma, al tiempo que su significado puede también variar en función de si la dignidad es virtud irrogada por uno mismo, reconocida por terceros o establecida como valor inmutable y propio del ser humano.
La dignidad en conciencia
En el terreno específicamente humano, donde la conciencia juega un papel de primerísimo orden a la hora de ejercer voluntades y su posterior evaluación, podemos afirmar que la dignidad se pierde cuando se pierde el sentido de culpabilidad, cuando se es incapaz de reconocer que uno hace lo que no debe hacer. Es entonces cuando no se siente culpable, porque carece del sentido de la dignidad, ya extraviada. Este axioma podría llevarnos, por otro lado, a considerar esa incapacidad de ética valorativa como un atenuante a la hora de calificar indignidades, práctica que a menudo desarrollamos con excesiva ligereza. Así, y desde el punto de vista conceptual, no sería frívolo establecer que tanta dignidad puede poseer el asesino como indignidad el juez. Es cuestión del manejo coherente de la conciencia.
Dicho lo anterior es preciso constatar que el hombre ya certifica a la dignidad en diferentes textos fundamentales de convivencia como cualidad intrínseca de la familia humana, como por ejemplo en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al afirmar que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” sentencia ésta de escasa durabilidad en muchas ocasiones ya que minutos después del parto empieza a convertirse en un “desiderátum”.
Faceta social
Otra cara del concepto de Dignidad es aquella que se nos muestra en función de criterios establecidos y que se rigen por formas de comportamiento, hechos, actitudes e incluso aptitudes, todos ellos extremos que nos son atribuidos y valorados por terceras personas. Estaríamos delante entonces de una Dignidad Social. Hablamos de derechos sociales basados en la dignidad que convierten a la cualidad sustantiva en el adjetivo. Así se constatan necesidades y reivindicaciones que de este modo la esgrimen: vivienda digna, condiciones de vida dignas, sueldos dignos, representantes dignos, instituciones dignas, etc…
Este aspecto social de la dignidad es, a buen seguro, el más extendido y manido puesto que su gradación está condicionada por la visión del exterior. No soy como soy sino como me ven, podríamos decir. Este hecho no garantiza en absoluto la integridad del concepto puesto que por nuestros actos pueden llegar a considerarnos más o menos dignos según el escenario temporal de valores reinantes y/o nuestra mayor o menor habilidad para adaptarnos a ellos.
¿Cómo somos?
Pero, ¿qué nos interesa, saber cómo somos o cómo nos ven? Probablemente ambos intereses sean legítimos, aunque en la obligada introspección que conlleva nuestra voluntaria pertenencia al gremio de íntimos constructores quizá debiéramos reconocer sinceramente el primero, educarlo y fortalecerlo para sincronizarlo, sin fariseísmo, con el segundo.
Por consiguiente no obviaré, en modo alguno por innecesarios sino porque todo aquél que lea o atienda esta plancha coincide con que son objetivos a conseguir, la necesidad de desarrollar valores tales como la libertad y el respeto para la construcción de un mundo más digno y que deben implementarse por igual, sin distinción de razas, sexo, color de piel o condición social, algo también aceptado mayoritariamente. Los medios y modos para acometer esta empresa pueden ya ser objeto de otras reflexiones.
Me interesa principalmente cómo poder madurar el valor de la dignidad que, como antes he apuntado, nos es inherente desde nuestra aparición en el teatro del mundo, aunque en ocasiones lo utilicemos como prenda de “quita y pon”. Es indudable, en mi opinión, que la libertad y el respeto son aliados inexcusables para adquirir las mayores cotas de dignidad para nuestro “yo” interno unidos a la coherencia de nuestros actos. A partir de ahí sumémosle atributos tales como la humildad, la bondad, el amor, el reconocimiento de errores y otros muchos que no harán más que facilitar el camino hacia ella. Por cierto, camino jalonado de incoherencias y de piedras por pulir.
Trabajando pues en conciencia y asumidos estos extremos son los que podremos trascender a nuestro entorno. En ocasiones podremos ver coartada la libertad, la nuestra o la colectiva, y podremos padecer la falta de respeto, pero la dignidad quedará intacta.