El huevo cósmico es una cuestión mitológica que se utiliza en casi todas las culturas antiguas de nuestro mundo. El huevo se considera lo existente antes de que surja la vida y, por extensión, proveedor de vida o fuente primordial.
En nuestra cultura, diferentes cuentos o leyendas hablan de la figura del huevo como símbolo de fragilidad por lo leve de su equilibrio y por la poca resistencia de su cascara, aunque es justo resaltar que ese detalle resulta suficiente para proteger aquello que por ello se convierta en una prisión cuando el contenido decide que ha llegado el momento de salir.
El huevo es el mundo
En la obra de Hermann Hesse “Demian”, hay un pasaje que desde hace años me tiene cautivado y lo leo una y otra vez meditando sobre su profundidad y multidimensionalidad. El texto es el que sigue:
“El pájaro rompe el cascarón. El huevo es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo…”
Y así es efectivamente como yo lo veo. Se han hecho miles de analogías con el huevo cómo la comparación del huevo con la unificación de la materia antes del Big Bang. Se han creado personajes de cuento infantil como Humpty Dumpty que era un huevo humanizado, reflejando en su fragilidad el cuidado que debes mostrar ante los peligros de la vida. En algunas versiones en lengua española su nombre es traducido como Zanco Panco o Tentetieso, aunque originariamente nació como un personaje de una canción infantil inglesa. También se ha aludido a él como símbolo para usarlo en la Pascua, mostrándonos que el inicio de la vida y la Resurrección está ya ante nosotros.
Simbolismo iniciático
Pero para mí el simbolismo mas fuerte lo ofrece Herman Hesse en esta obra donde nos explica que para nacer o renacer hay que traspasar las fronteras de lo conocido, destruir nuestro mundo. Podemos concluir, sin temor a equivocarnos, que encontramos aquí un curioso paralelismo con nuestra carrera iniciática.
El huevo únicamente puede ofrece la vida si se rompe de dentro hacia afuera, en el sentido contrario solamente traerá la muerte y así ocurre con nosotros, porque el símbolo mitológico del huevo cósmico se refiere una vez más al hombre, como tantos otros símbolos que nos acercan a él.
El hombre que busca en su interior, tarde o temprano, halla. Y con eso que ha hallado, cuando toma conciencia de ello, ya no puede seguir viviendo en el mundo que le rodea. El paso siguiente es el de romper ese huevo y al caer el velo de la cáscara, descubrir ante sí un nuevo mundo mucho mayor que el anterior, completamente lleno de luz. Sin embargo, aquel hombre que permite permear a su huevo protector para que los influjos y distorsiones del mundo exterior penetren en él, solo hallará la muerte de la conciencia y la destrucción de su yo.
Nosotros los masones, buscadores de luz que somos, deberíamos estar acostumbrados a ir rompiendo diferentes cascaras de los distintos huevos a los que nos vamos enfrentando en nuestro crecimiento personal. El mundo ante nuestros ojos cambia a medida que cambiamos nosotros y cuando este cambio surge, hay que decidirse por actuar.
En el camino de nuestra evolución no podemos ver nuestro huevo como un envoltorio personal. En nuestros huevos de evolución llevamos con nosotros a todos los miembros de la humanidad porque al cambiar nosotros, cambiamos el mundo y, además, sin necesidad de caer en el proselitismo, cada vez que destruimos un mundo debemos ser ejemplo para que aquellos que nos rodean puedan también algún día destruir el suyo.