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Ética y Servicio Público

por Josep Ramon Casas

En nuestros días observamos un deterioro constante del sentido la ética en la vida pública. La falta de probidad, es decir, de la capacidad de actuar recta y honradamente, contamina la visión ponderada que de los servidores públicos han de tener los ciudadanos. Ese déficit convierte al funcionario en el foco de un conflicto, viendo los Estados menoscabada su credibilidad. Se ha de entender que el Estado, es la forma superior en que se asocian y organizan los individuos, con miras a satisfacer las necesidades de lo que se denomina como público en nuestro sistema de convivencia. “Todo Estado ejerce la soberanía nacional y hace que prevalezca el interés general sobre los particulares, con lo cual satisface el propósito de su origen y de su finalidad” (W. Jiménez Castro).

Una ética de lo público implica que las personas que configuran el entramado de las administraciones que constituyen un Estado, a todos los niveles, posean una serie de valores que decanten su actitud, su comportamiento como servidor público, por el sendero cívico del servicio a las personas y al bien común.  Ese ha de ser el fin último de todas sus acciones. Es evidente que este nivel de exigencia implica un conocimiento del alma humana, de las pulsiones morales que hacen que el hombre actúe con probidad.

Como refiere E. Kant en La fundamentación de la metafísica de las costumbres, “obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en cualquier otro, siempre al mismo tiempo como un fin y nunca simplemente como un medio”.

La ética modela el carácter de los pueblos

Antes de avanzar es conveniente precisar que cuando hablamos de ética lo hacemos con un sentido amplio del sinónimo de lo bueno. “Cuando se califica algo como ético se está señalando aquello que es moralmente positivo” (V. M. Martínez). O como expresa O. Diego Bautista;” conviene recordar que la ética es la disciplina del conocimiento que tiene por objeto el estudio de los distintos caracteres, hábitos, costumbres y actitudes del ser humano clasificándolos en buenos o malos, debidos o indebidos, convenientes o nocivos, en definitiva, en virtudes o vicios para el ser humano, enseñando cuales son aquellas acciones dignas de imitar”.

Todo ello nos retrotrae al vocablo griego “ethos”, que quiere decir “carácter”, y es importante recordarlo porque la ética, desde antiguo, trata de la forja del carácter de las personas y de los pueblos. Es decir,” la ética trata, sobre todo, de ver cómo nos vamos forjando poco a poco con nuestras elecciones y nuestras decisiones un carácter u otro, que nos predispone a ser más justos, más prudentes, más felices”. (Adela Cortina Orts).

En base a estas definiciones podemos entender la importancia de la ética aplicada a la función pública, ya que, a través de ella y con ella, conseguimos que las tareas y las actividades que desarrollan los servidores públicos se orienten al bien común, y con el principio fundamental de la voluntad de servicio a la ciudadanía, persiguiendo su objetivo básico que es el mantenimiento de la confianza en la Administración y sus instituciones, es decir dar credibilidad al Estado.

Una ética universal

Con arreglo a esta realidad conceptual, la masonería con su trabajo ritualístico y su cultura de contenido simbólico, continua vigente en su capacidad de marcar un camino en el desarrollo de una ética universal. Ayuda a pautar un hombre virtuoso, ya que su simbolismo de “desbastar la piedra bruta” permite llegar a lo más hondo de la naturaleza humana, despertando una supraconciencia, que libera las esencias positivas del alma. Forja en cada individuo unos principios básicos: integridad, desinterés, honestidad, responsabilidad que ayudan al masón, y en su extensión al masón funcionario público a actuar con probidad, sabiendo discernir lo que es correcto o incorrecto en cada una de sus actuaciones.

Todo masón, y más en los grados filosóficos del Rito Escocés Antiguo y Aceptado (R.·.E.·.A.·.A.·.), es consciente de que nuestra Orden intenta en un proceso docente progresivo y adogmático, inculcar,  mediante el estudio de su simbología ritualística, un hondo sentido filosófico con  un alto contenido ético.  Nuestra Orden intenta que, mediante el auto perfeccionamiento de sus miembros, conseguir hombres respetables, con honor y reputación, con el objetivo de poder avanzar en la misión de hacer una Humanidad más digna, más equitativa, superando los avatares de nuestra civilización convulsionada por la globalización y las nuevas tecnologías. Civilización en la que siguen percutiendo los viejos flagelos de la historia del ser humano, como son el egoísmo, la ignorancia, la intolerancia, la avaricia, la codicia, y algo que afecta a nuestras instituciones públicas a través de sus miembros, la corrupción.

La corrupción, antítesis de lo ético

La corrupción no es un concepto abstracto inherente a las instituciones, o a los sistemas políticos, o a la propia configuración del Estado. La corrupción afecta a personas, y es ejercida por personas y entre personas, pues tanto el que ejerce, como el que la provoca constituyen la razón de este problema endémico de la gestión en el ámbito público. Pues la corrupción no es más que el acto de beneficio individual en prejuicio del sentir de lo colectivo.

Vivimos en la sociedad del intercambio, y sin escala de valores, sin principios éticos, sin normas de conducta positiva, incluso la corrupción puede entrar en esa lógica aceptada en nuestro mundo del intercambio, ya que la sociedad nos aboca a la instrumentalización de los unos a otros, en lo que todo parece tener un precio. Una sociedad en lo que solo valen aquellos que tienen algo que ofrecer, léase dinero, favores, adjudicaciones, poder y a cambio, se obtiene una recompensa fraudulenta cuando se realiza con voluntad de lucro individual violentando el sentido del bien común.

Ética y Servicio Público

“La corrupción, como antítesis de lo ético, representa el acuerdo entre un funcionario público, y un particular en razón del cual el primero acepta del segundo una prestación no debida, por un acto relativo al ejercicio de sus atribuciones” (A. Montenegro de Fletcher).

“La corrupción socava la integridad moral de una sociedad. Supone la quiebra general de los valores morales. La corrupción pública, en cuanto supone lucro indebido del agente y su disposición a mal utilizar las potestades públicas que tienen encomendadas, es una práctica inmoral, ante todo, una violación de los principios éticos sea individuales o sociales” (J.M. Urquiza).

Pero no olvidemos que la corrupción, viene precedida de la avaricia y de la codicia. La ambición desmedida de poder y riquezas del ser humano han provocado ya desde antiguo el descrédito de la cosa pública, pero son los individuos con sus actos y deseos los que cercenan la credibilidad en la gestión de los intereses colectivos.  Todo ello incide en la confianza que el ciudadano otorga a los gobiernos y a las instituciones públicas, las cuales se ven cuestionadas por la aparición constante de “antivalores”. Antivalores que en forma de abuso de autoridad, tráfico de influencias, prevaricación, engaño, transfuguismo, y evidentemente uso indebido del patrimonio público han ido erosionando la confianza de la ciudadanía en la clase política y en los profesionales de la administración. 

También se evidencia que todos aquellos mecanismos que intentan controlar esos “antivalores” y que actúan como elementos externos al individuo, léase leyes, reglamentos, códigos, sanciones, no son suficientes para controlarlos, y que es necesario incidir en la esfera íntima de cada individuo. Espacio donde residen los pensamientos y las convicciones, despertando su conciencia para conseguir interiorizar valores positivos que conduzcan al autocontrol y al ejercicio de la responsabilidad moralmente positiva.

Resulta evidente que, para gobernar bien, para desarrollar con eficiencia un cargo público, se requiere personas capacitadas, formadas en valores, que hayan logrado conquistar sus pasiones y sean dueños de si mismos. “Seres que comprendan que el deber está por encima del poder” (O. Diego Bautista).

El buen gobierno

La gestión de intereses colectivos es una de las actividades más trascendentales del horizonte profesional para un servidor público, y para desarrollar esta labor, es necesario que esté presidida por un conjunto de valores éticos, de normas de conducta que estén indisolublemente unidos a la idea de servicio. 

Ética y Servicio Público

Quisiera destacar que, en ese camino hacia una ética aplicada al sector público, fue fundamental el informe Nolan que elaboró en 1994 el Parlamento Británico y que fijó los principios que han de regir la vida pública, y que, con posterioridad, han servido para desarrollar y fijar un gran número de códigos éticos de los empleados públicos en la Europa Occidental, y que se concretan en:

  • Desinterés: los que ocupan cargos públicos deberían tomar decisiones solo con arreglo al interés público.
  • Integridad: los que ocupan cargos públicos no deberían tener ninguna relación financiera u otra con terceros u organizaciones que puedan influirles en el desempeño de sus responsabilidades oficiales.
  • Objetividad: En la gestión de los asuntos públicos, incluidos los nombramientos públicos, de contratación pública, o la propuesta de individuos para recompensas y beneficios, los que ocupan cargos públicos deberían elegir por el mérito.
  • Responsabilidad: los que ocupan cargos públicos son responsables de sus decisiones y acciones ante el público, y deben someterse al control que sea apropiado para su cargo.
  • Transparencia: los que ocupan cargos públicos deberían obrar de la forma más abierta posible, en las decisiones que toman y en las acciones que realizan. Deberían justificar sus decisiones y limitar la información sólo en caso de que esto sea lo más necesario para el interés público.
  • Honestidad: los que ocupan cargos públicos tienen la obligación de declarar todos los interese privados relacionados con sus responsabilidades públicas, y de tomar medidas para solucionar cualquier conflicto que surja, de tal forma que protejan el interés público. 
  • Liderazgo: los que ocupan cargos públicos deberían fomentar y apoyar estos principios con su liderazgo y ejemplo.

Pero esa identificación de valores y su plasmación en códigos éticos, no son suficiente para concienciar al servidor público sobre la importancia de mejorar su actitud profesional. Es necesario lograr esa interiorización de los principios, para lograr que sus actos cotidianos respondan a prácticas adecuadas, sean virtuosas y plenas de autocontrol. 

Ética

Ética y funcionariado

El funcionario público, por iniciativa personal o mediante formación, ha de lograr grabar en su conciencia la necesidad de que su vida profesional debe regirse por los valores éticos anteriormente expuestos. Pero sin olvidar aquellos mecanismos punitivos, fiscalizadores que desde la transparencia le obligan a rendir cuenta por sus actos delante de la ciudadanía y ante las propias autoridades institucionales.

“Todo individuo que participa de la función pública debe tomar conciencia de que el servicio público se define como la acción administrativa del gobierno para satisfacer las demandas y necesidades de las personas que integran el Estado. Todo servidor público se debe al pueblo, su sueldo es pagado por la sociedad y por lo tanto este tiene una responsabilidad y compromiso con la comunidad a la cual además debe respetar. El funcionario público no debe olvidar que no está por encima de la sociedad, si no que es un servidor de ella” (O. Diego Bautista).

La masonería, puede y debe ejercer una acción pedagógica, pues con su rico contenido alegórico y simbólico, transmite un mensaje fundamental de contenido ético. La propia leyenda de Hiram, el cual representa el paradigma del hombre virtuoso, recto y honrado, transmite el concepto del sacrificio antes que la renuncia a los principios que sustentan nuestra conducta. La leyenda del tercer grado, recoge y plasma alegóricamente los principios éticos que han de regir nuestras vidas, nuestro comportamiento tanto en el mundo masónico, como profano. El propio Hiram es un ejemplo de liderazgo, de honestidad, de responsabilidad, de humildad, de honestidad, de desinterés, de integridad, que ante el último agresor y antes de suspirar grita; “más bien morir que faltar a mi deber”.

“Lo que subsiste después de la muerte es, sobre todo, el recuerdo. Dejar detrás de si una memoria honrada, debe ser la ambición de todos. Por humilde que sea el papel que nos toque, hay que desempeñarlo bien, pues el arte de bien vivir debe ser el supremo entre los demás, y este es el gran arte, o Arte Real, al que se consagran los iniciados” (J, Palitza).

Comportarse con probidad, actuar con responsabilidad en el ejercicio de las funciones encomendadas, entender que el servicio a la ciudadanía es el fin máximo, que un comportamiento honesto como servidores públicos afianza la credibilidad en el Estado y sus instituciones. No ceder a la corrupción nos hace más virtuosos, él no generar conflictos de intereses refuerza la profesionalidad, y todo ello significa cumplir con una ética de mínimos. Es necesario transmitirlo desde un reconocimiento de nuestra posición de masones comprometidos con el progreso de la sociedad. 

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