Y digo yo… que tanto da cual sea la pregunta o lo que vayas a preguntar si, a fin de cuentas, la respuesta va a ser la que el interlocutor tenga previsto proclamar. No hablo de responder lo que él quiera, que esto sería del todo legítimo pues le asiste ese derecho, sino que lo triste del asunto es que su respuesta no va a ser de su cosecha, sino cocinada por otros. De ahí a la implantación de un microchip taiwanés para no errar en las declaraciones puede que vaya un “ná’ y menos”.
Ese es el drama de los políticos. ¿O es el de los periodistas?. Creo que quien sufre más esta situación que cada vez estamos más acostumbrados a ver en la entrevistas televisivas o radiofónicas son los profesionales de los medios de comunicación que, por mucho empeño que suelen poner, ven como sus objetivos no se cumplen. No hablo ya de conocer la verdad a través de sus preguntas. Eso ya sería pedir de la clase política un ejercicio agotador y falta entrenamiento. Simplemente se trataría de conseguir que las respuestas fueran coherentes con las preguntas y no les tomaran el pelo. Entonces, dígame: va usted a asistir a la próxima reunión del Comité Ejecutivo?. Está claro que nuestro Partido tiene las estructuras más democráticas y en ellas confiamos. ¿Pero va a asistir o no?. Ya le digo que el Partido confía en todos sus órganos de decisión. No me ha contestado a la pregunta. Si, si, si el Comité Ejecutivo se reunirá como siempre ocurre en estos casos y decidirá.
Batalla perdida
El periodista ya puede desgañitarse en plantear la pregunta dando rodeos o con firmeza rayana a la mala educación. El entrevistado (político sobre todo) pasará del asunto e irá a la suya, respondiendo fiel al argumentario que le llegó a su móvil a las 7 de la mañana y que se tiene bien aprendido para no enfadar a las estructuras del Partido. Allí tendrá las líneas generales de la posición a tomar a tenor de los temas que se prevén candentes para la jornada. Si surgiera algo inesperado en el día ya se echaría mano de las redes sociales privadas para “dirigir” las respuestas.
De este modo resultará que los brillantes políticos acabarán siendo aquellos que mejor sepan salirse de las presiones periodísticas, sorteando las preguntas con mensajes convincentes sin por ello faltar a las exigencias de los argumentarios. Tendré que ver si esas habilidades se incluyen también en la carrera de Ciencias Políticas. Lo preguntaré. La RAE define el argumentario como al conjunto de argumentos destinados, principalmente, a defender una opinión política determinada. Nada que objetar a la definición (faltaría más) ni a su aplicación tampoco, pero está claro que aquí, alguien “pasa” y alguien “traga”.
Pan o micro
También la pericia del periodista puede ser clave a la hora de alcanzar el objetivo, pero la insistencia en obtener la respuesta acorde con la pregunta tiene un límite porque, quizá, esa persistencia también pueda tener consecuencias negativas para el entrevistador que se debe una empresa que le manda la nómina mensualmente. Admitir la “derrota” en estos casos entra dentro de lo comprensible, sobre todo si se tiene en cuenta que no es fácil encontrar y/o mantener un empleo, y también es prioritario atender a las necesidades familiares. De modo que no se trata aquí de desacreditar la profesión (yo la ejercí a pesar de algunos defensores de la titulitis), sino de poner en solfa la nada agradable situación a la que se ven abocados en ya demasiadas ocasiones.
Como es sabido, el periodismo independiente, o sea el no dependiente de grupos empresariales concretos, es minoritario a la hora de obtener cuotas de exhibición popular y, por el contrario, las presiones a las cúpulas de dichos Grupos editoriales, convenientemente subvencionados, se han producido, producen y producirán siempre en perjuicio de la base piramidal. Es curioso, sin embargo, que ni siquiera los/las “top ten” quieren enfrentarse a la tesitura de tener que “plantar el micro” ante los desaires de la clase política entrevistada. ¿Lo podrían hacer? Ellos ya están en la cúspide, social y seguramente económica también. Pues no, ellos tampoco.
Paciencia y a continuar mirando el vuelo de la perdiz sin marearnos, que esa acción sobre la pobre ave ya la ejercen otros.