El Sol y la Luna ubicados en el oriente son dos símbolos muy visualizados, pero no acostumbramos a recrearnos en su completa simbología.
El Sol se asocia al orden, a la inteligencia. No en vano es el que permitió a nuestros antepasados, y porque no también a nosotros, la medición del tiempo y de los ciclos en nuestro viaje hacia el Oriente Eterno. Celebramos su solsticio, del latín solstitium, de sol, y statum. Significa literalmente cuando el sol está estático. Estos tres días del Sol reinando en la misma posición del cielo dio forma al Sol Invictus, festividad en la que los romanos se consagraban al Dios Helios.
La Luna, asociada a la reflexión, a la imaginación, y a lo intimo, ilumina las noches y rige por su influjo los ciclos de las mareas, y también el de la subida y bajada de la savia de los arboles y plantas. Este influjo al que nos sometemos como un elemento más de la naturaleza es el que inspiró a los druidas y a algunas otras formaciones esotéricas a controlar sus frecuencias mediante calendarios y a organizar toda una liturgia para sus rituales y consagraciones.
Simbología de la dualidad
Estos dos símbolos conjuntamente se asocian a la dualidad que ya observamos en el damero ajedrezado del suelo, pero en este caso no se trata de una dualidad de acción o de definición de los opuestos bueno, malo; derecha, izquierda; luz, tiniebla. Esa ya es la asignación simbólica del damero. El Sol y la Luna son dos símbolos mucho mas trascendentes que asimilados como arquetipos muy profundos nos hablan de la luz exterior y de la luz interior y este conocimiento esotérico es al que hacen referencia algunas de las tradiciones asociadas a la luna que antes comentábamos.
El esoterismo y en especial el conocimiento de los símbolos es una vía de un único camino, pero dos sentidos: nosotros utilizamos el lenguaje esotérico de los símbolos para cambiarnos a nosotros mismos y una vez alcanzado el significado del símbolo, este nos retorna haciéndonos cambiar otra vez.
En esa búsqueda interior que todos realizamos y remitiéndonos como ya sabéis que me encanta a nuestro amado VITRIOL, el camino de la luz se alcanza por dos vías. La primera de estas es la luz exterior (el Sol) que nos ilumina con sus rayos. Esta luz que nos alcanza desde fuera son nuestras reuniones en logia, los libros a los que tenemos acceso, pensamientos que nos llegan de otros hermanos, documentales o cualquier otra forma de información externa que nos aporta un crecimiento.
La segunda de estas vías es la luz interior (la Luna) que no emite una luz propia, si no que refleja la luz obtenida del sol. Esta vía de la iluminación interior es la reflexión y la meditación de aquello que escuchamos en la logia, lo que comprendemos de esos libros a los que accedemos y las ideas que cambian nuestro pensamiento de las aportaciones de nuestros hermanos.
Unidos para la supervivencia
Por tanto, como ya hemos dicho antes. En este caso el binomio Sol y Luna no actúan como extremos opuestos. Esa simbología es la que apreciamos en nuestras baldosas. En esta simbología tan cuidada del Sol y la Luna, se nos habla de la construcción del todo, de elementos inseparables por que, si en nuestra naturaleza no existiera una fase de Sol para ir seguida de una fase de Luna, nada sobreviviría.
He conocido durante años a personas muy cultivadas pero que no le habían conseguido dar a su Luna el brillo que buscaban y también a otros que solo seguían a su maestro interior, pero éste no sabia ni que hora era. Así pues, disfrutad del Sol, dejad que sus rayos os inunden y impregnaos de toda esa luz que recibimos de una manera u otra todos los días, pero después, en vuestro recogimiento, empujad toda esa luz hacia vuestra Luna e iluminadla todo lo que podáis, sólo el que ve con la luz del Sol y con la luz de la Luna, consigue caminar entre las tinieblas.