Y digo yo… que acierta Ramon Cotarelo cuando define a los partidos políticos como “toda asociación voluntaria, perdurable en el tiempo, dotada de un programa de gobierno de la sociedad en su conjunto, que canaliza determinados intereses, y que aspira a ejercer el poder político o a participar en él mediante su presentación reiterada en los procesos electorales”.
En pro de la pluralidad
En Democracia, pienso que la estructuración de la vida política mediante la creación y existencia de los partidos políticos es, no solo deseable, sino necesaria. Conforman el espectro plural organizado de una sociedad que, a la vez, es plural y requiere de organización. Si, además, estos realizan sus funciones en un terreno de juego con reglas democráticas estamos acercándonos a la perfección. Casi que podríamos comenzar a cerrar el círculo.
Per es sabido que la perfección no existe. Es, en todo caso, un anhelo perseguible y digno de conseguir, que cuenta con demasiados palos que se hallan a lo largo del camino y que se colocan intencionada y malévolamente en las ruedas de la buena fe. Es a Winston Churchill a quien se le atribuye la frase de “la Democracia es el menos malo de los sistemas políticos”.
Estando de acuerdo con esa afirmación del hermano Winston, no es mi intención en este escrito profundizar en las bondades y maldades de unos u otros sistemas políticos. Además de mi incompetencia para hacerlo, creo que me llevaría excesivo tiempo y mi objetivo es hablar del sistema democrático que se aplica en los partidos políticos. De la democracia interna.
Estructuras democráticas
No hay partido que no apele a los diferentes órganos de gobierno creados en su estructura para asegurar que toda su actividad está garantizada y avalada por el sello democrático que les confiere la organización y la toma de decisiones generadas en esos órganos (Comités Ejecutivos, Federales, Juntas de tal, de cual… etc)
Sí, luego están las asambleas, que son soberanas, pero también susceptibles de que la trufa anide en ellas y trabaje silenciosa y certeramente. Hay días en los que, de forma repentina y con cierto sobresalto ya bastante cansino, me viene a la memoria el empate asambleario que nos deparó la CUP con esos 1.515 votos a favor y 1.515 en contra, a la hora de decidir sobre la investidura de Artur Mas. Y no ha pasado nada. Bueno, nos la colaron pero qué. Da igual. Eran razones políticas. Algo de incredulidad me parece más que lícita, ¿no?
Creo en la Democracia, en sus bondades y en su necesidad, como creo en todos los Organismos e Instituciones constituidas bajo un ideario honrado, ético, fraternal, solidario y tendente a la mejora de las condiciones de vida de la Humanidad, pero ya me cuesta más creer en nosotros. No penséis, hay días que ni en mí mismo.
El hombre es el problema. Es el hombre quien hace buena o mala una Institución. Ese mismo hombre, (o mujer, que ya llevaba dos alusiones exclusivas, venga) ese digo, que diseñó el partido, sea cual fuere, y que representa la grey que lo conforma. Somos nosotros los que pervertimos el sistema poniendo por delante la ambición y dejando que ésta se convierta en codicia.
Quítate tú que me pongo yo
No me cabe duda. En los partidos políticos es más conveniente estar alerta ante los movimientos de tus compañeros de formación que ante las acciones de los adversarios políticos. La flecha envenenada se disparará en y desde tu casa. Y, a diferencia de los dardos que lanzan los partidos contarios al tuyo, no la habrás esperado y te será imposible esquivarla.
No digamos ya, si el que lleva el arco en la mano es el número (digo yo que… el 5) en la lista electoral y tu eres el 4. No te darás ni cuenta porque, además, para que se vea menos, habrá guardado el arco, que abulta mucho, y dispondrá de un afilado puñal con el que arruinar tu imagen para adelantarte con un “quítate tú que me pongo yo”.
3 comentarios
Buena reflexión
Estupendo escrito, gracias
Molt interessant i acertat, com sempre Jandro.