Y digo yo… que a resultas de la tecnología que avanza a pasos agigantados, y que en su caminar arrasa con muchas de las cosas que hasta ahora creíamos perdurables y las relega a meros instrumentos para la nostalgia, eso de cartearse cada vez está menos de moda, por no decir que no se lleva nada.
Se considerarían carta los correos electrónicos que llegaron para sustituirlas y cuyo uso facilita, sobre todo, la inmediatez de las comunicaciones a distancia y la posibilidad de acompañarlas de otros elementos que, gracias a los megas y las gigas, podemos también recibir y revisar en cuestión de segundos, dónde sea que nos encontremos del planeta.
Papel y lápiz
He dicho que el correo electrónico apareció para reemplazar a las comunicaciones epistolares tradicionales y, en efecto, así ha sido. Aunque no es menos verdad que la pluma y el bolígrafo se resisten a desaparecer de nuestras vidas y hoy se convierten en artículos de “lujo” que comparten con el papel el precioso arte de escribir. No nos engañemos. Los dedos tecleando botones y las palabras apareciendo en una pantalla están ganando de calle. Uno pensaba que, más que relevar se mantendría la coexistencia, como mínimo, a partes iguales.
El ser humano necesita comunicarse y, como es sabido, la ésta posee diversos caminos para ejercerse. Expresar lo que sentimos, pensamos o deseamos puede hacerse por cualquier medio que consiga el objetivo, pero no es lo mismo insertar un emoticono sonriente que esbozar esa misma sonrisa con una dulce mirada para despedirse de alguien o para dar cualquier noticia.
Hay parcelas en nuestra vida más sensibles que otras a la hora de utilizar la comunicación con la máxima totalidad de nuestros recursos orgánicos posibles. Importa menos, al menos para mí, dejar constancia de una ecuación matemática o una previsión meteorológica mediante fríos signos, que la transmisión de conceptos que interpelan nuestra sensibilidad y que precisan del “feed back” instantáneo y presencial. Ya digo, unas más que otras.
La sanitaria es una de ellas y la comunicación médico-paciente está derivando cada vez más en la práctica de la correspondencia electrónica para preguntar, unos, y recomendar los otros, en detrimento de la consulta presencial, cuando yo no sabría decidir qué cosa cura más: una receta en respuesta a tu e-mail o las palabras de la doctora frente a ti después de acudir a ella presentando cualquier problema de salud.
Una voz amiga
La palabra cura. No todo, como tampoco lo hacen los medicamentos, pero alivia. No hay duda. Me duele comprobar cómo, después de la etapa obligada por la aparición del Covid-19, en la llamada Atención Primaria cada vez es más difícil resolver un contratiempo médico en tiempo y forma. Es decir: pronto y viendo a tu médico en la consulta.
Ni que decir tiene que cuando la incidencia se presenta de forma inesperada y reviste una gravedad evidente e importante, no hay correo electrónico que valga y para eso están los Servicios de Urgencias que, dicho sea de paso, funcionan de un modo inmejorable en los aspectos humanos y técnicos, a pesar de la falta de recursos que no creo pueda desaparecer nunca.
Pero si hace unos días que tengo una tos perruna y fea, o tengo unos picores en la zona genital que hacen que siempre me lleve la mano ahí, o quizá simplemente esté de bajón y necesite de esa palabra que cura y que esperas escuchar de tu médico de cabecera, resulta que, si estamos a día 1, la cita de prevé para el 20. Para entonces, con suerte, ya has dejado de toser y tampoco te rascas o ya miras la vida de otra manera. Si no es así, a Urgencias, donde te “desnudarás” ante un administrativo/a que valorará la idoneidad de la necesidad. O, como alternativa, ahí está el correo electrónico para expresar aquello que te sucede y lo que te preocupa.
La palabra hablada aclara y cura. La escrita se presta la interpretación y a la auto investigación, eso tan denostado por los médicos y que cada vez gana más enteros entre los pacientes. Enfermo, cúrate a ti mismo. A eso nos vemos abocados.
1 comentario
Hoy que tengo bun brote de dolor,lo experimento.Por suerte todavía tengo una doctora que puedo ver y hablar.No sé hasta cuando