Trío para piano, violín y violonchelo en si bemol mayor, op. 97, «Archiduque»
Transcribo aquí el comentario acerca de esta obra de Beethoven, que plasmó el compositor Mikel Chamizo, (Tolosa 1980) en el programa de mano del concierto que tuvo lugar en la Fundación BBVA, en Madrid. Juanjo me recomendó escuchar esta composición del genio alemán y no puedo por menos que estarle agradecido. Quedé maravillado y después le mandé una versión a mi querido pianista, Manel Martín López, y al no menos estimado chelista, Jean Baptiste Texier. Su respuesta valorando al máximo la belleza, así como la dificultad de la obra, me reafirma la pertinencia de plasmarla en El Muro.
“El Trío «Archiduque», con sus 45 minutos de duración repartidos en cuatro expansivos movimientos, es una de las creaciones camerísticas más célebres de Beethoven, quien la compuso entre 1810 y 1811. La obra, al margen de su contenido musical, está ligada a la tragedia personal del compositor: la sordera. Sus problemas auditivos ya estaban en un estado avanzado durante la composición de esta pieza, pero Beethoven insistió en interpretar la parte de piano de este trío tanto en el estreno como en una interpretación posterior en 1814. A tenor de los
testimonios de personas que asistieron a estas veladas, Beethoven había perdido ya la capacidad de interpretar este tipo de música, la de cámara, en la que resulta esencial escuchar a los compañeros. En consecuencia, la de 1814, en la que compartió escenario con el violinista Ignaz Schuppanzigh y el violonchelista Joseph Linke, sería su última actuación pública como pianista.
El apodo Archiduque con el que conocemos la obra, como casi siempre ocurre, no lo asignó el compositor, sino que fue posterior, y es una referencia a su dedicatario, el archiduque Rodolfo. Hijo menor del emperador Leopoldo II y nieto de la emperatriz María Teresa, Rodolfo de Austria fue un importante mecenas de Beethoven, además de su último alumno de piano. Según se deduce de la documentación conservada, sentía por Beethoven, que era 17 años mayor que él, un gran afecto y admiración, y siempre se preocupó por su bienestar económico.
En agradecimiento, el compositor le dedicó una quincena de obras importantes, entre ellas la Missa solemnis, escrita con motivo de su entronización. Según señalan los integrantes del Oberon Trio, «es interesante observar que casi todas estas composiciones comparten ciertas características. En estas piezas, el lado revolucionario de Beethoven, su inconformismo y su sorprendente humor son menos prominentes. En cambio, nos encontramos al Beethoven humanista y visionario que creía en la fraternidad y la bondad de la humanidad: valores que se reflejan de manera similar en su Novena sinfonía y en escenas de la ópera Fidelio. En estas piezas escritas para el archiduque, es inequívoca la profunda devoción de Beethoven hacia un individuo generoso y noble, que va más allá de la mera gratitud por su apoyo financiero».
El primer movimiento de este monumento camerístico es pacífico y apacible, con un temperamento noble. Aunque está basado en la clásica forma de allegro de sonata, el de este trío no posee el grado de dramatismo de otros movimientos iniciales de Beethoven. Incluso desfilan por él amables referencias a otras obras dedicadas al archiduque, como los Conciertos para piano n.º 4 y n.º 5, el famoso Emperador. El segundo movimiento también tiene un carácter alegre pero, como no podía ser menos en un scherzo beethoveniano, no faltan los inconfundibles estallidos de carácter y los matices más oscuros, particularmente en el trío, muy cromático.
El tercer movimiento, de serena belleza, vuelve a apostar por un tono noble en detrimento del dramatismo. Efectivamente, se trata de un tema con variaciones, pero Beethoven evita presentarlas con demasiado contraste entre sí y las encadena, para finalizar con una alusión directa al Coro de prisioneros de Fidelio.
Por último, el cuarto movimiento, Allegro moderato, está construido con maestría mediante el entrelazado de melodías líricas con motivos muy rítmicos. Su carácter, jocoso y exuberante, nos recuerda ligeramente al finale de la Novena sinfonía, particularmente en la saltarina coda final en compás de seis por ocho”.