Y digo yo… que ya que anoche llegamos a Teruel había que recorrerla y buscar a los amantes. Ese era el propósito, pero primero a desayunar en el mismo hotel El Mudayyan, (el que se queda) donde nos esperaría una grata y subterránea sorpresa. La propietaria del hotel, María José, nos invitó a penetrar con ella en los sótanos que fueron descubiertos cuando se hicieron las obras de remodelación del edificio.
Los curas racioneros
La hotelera/guía vertió su extenso bagaje de sabiduría para relatar la historia relacionada con los curas racioneros, moradores de la casa, y nos condujo por un largo y oscuro pasadizo construido en el Siglo XVIII que la comunica con la sacristía de la iglesia del Salvador (Siglo XIV). En fila de uno y ayudados por la linterna de los móviles recorrimos el subterráneo, advertidos de cierto riesgo claustrofóbico que, afortunadamente, no llegó a darse en ninguno de nosotros.
Ya en el exterior, y con la mañana por delante, nos enfrentamos a visitar la capital turolense y el primer enclave fue la archiconocida plaza del Torico que, como su nombre indica, se debe a la imagen de un astado de bronce que domina el espacio trapezoidal desde su monolito. Para qué negarlo: el toro es pequeño, pero que muy pequeño, aun que hay que reconocer que se deja ver bien, sobre todo porque, al igual que todos los caminos conducen a Roma, todas las calles turolenses te llevan también hasta allí y no paras de saludarle.
Visita monumental
Sobresalen las bellas torres mudéjares de El Salvador y San Martín y a ellas nos dirigimos para admirarlas caminando por estrechas calles que terminaban con su esbelta figura al fondo. Aprovechamos para visitar la Catedral y el Museo de Arte Sacro. Teníamos toda la mañana, pero el reloj no se para y el tiempo se escurre mucho más deprisa de lo que parece y nos gustaría. Había que ir cerrando etapas en los enclaves para cumplir el programa y el acto gastronómico no debe nunca despreciarse.
Una estupenda mesa para diez en una terraza del Óvalo nos acogió para degustar migas con huevo, canelones, sendas ensaladas y otras viandas. Todo ello bajo el extraño sol de octubre y porfiando con las sombrillas para dar sombra a todos los comensales. Comidos y cafeteados fuimos directos a la siesta para reponer fuerzas de cara a la visita vespertina a los amantes.
A la hora del reencuentro otra contrariedad. El dedo meñique del pie derecho de Mode se había puesto mirando a Albacete como consecuencia de terrible patada propinada a un mueble de la habitación. Las buenas artes de Jesús, experimentado en podología andariega después de no sé cuántos Caminos de Santiago que lleva a sus espaldas, consiguieron fijar el maltrecho apéndice y de ese modo, mal que bien, pudo enfrentarse a la caminata de la tarde.
Un poema para los amantes
Los amantes de Teruel nos esperaban en su casa/museo, un edificio moderno “ad hoc” en el que las esculturas de alabastro de la pareja tendida y cogida de la mano yacen gracias al arte de Juan de Ávalos. Decidimos inmortalizar el momento posando junto a los amantes y homenajeándoles con un bello poema de Gloria que nos había mandado y que, a buen seguro le hubiera gustado dedicarles en persona. Lo hicimos nosotros en su nombre y en el de todos los del grupo que no pudieron estar presentes. Ana hizo los honores con sabia dicción y el sentimiento oportuno. La vigilante de la sala aun alucina ahora.
Ya somos igual que ellos, mármol, hielo,
silencio y azul melancolía,
ya viste nuestro cuerpo cada día,
el olor de la muerte con su velo.
Igual que estos amantes, sin rozarnos
las manos, perseguimos la mañana
de un amor que oscurece, y ahora es vana
la obstinada esperanza de encontrarnos.
Yacen muertos, cual niños en un juego
que los une por siempre enamorados,
consumiéndose juntos en su fuego.
Y nosotros, ardiendo en este ciego
dolor, yacemos vivos, separados,
como vivieron Isabel y Diego.
Diríase que Teruel se visita de un plumazo, pero no. Al menos a nosotros nos quedaron algunas cosas por ver. A pesar de la insistencia de Rafa nos quedamos sin ir al viaducto que tan sólo pudimos otear desde la distancia. La cena estuvo dedicada a una de las perlas de la ciudad y provincia: el jamón. Sendos bocadillos del embutido por excelencia fueron consumidos mientras Rafa y Pepe observaban con atención a la cortadora de jamón dialogando con ella. Creo que, finalmente, Rafa se convenció del idóneo tamaño de la pieza cortada. Prometió esmerarse el próximo año en Luna.
Noche reparadora y al día siguiente viaje de vuelta a Lleida y Zaragoza, pero con paradas intermedias. Después de un fracasado intento de tomar café en el Parador Nacional de Alcañiz (ya ves, todo porque el GPS se empeñó en llevarnos a pie cuando estaba claro que íbamos en coche, no sé quién andaría trasteando) pusimos rumbo a La Fresneda y allí pudimos deleitarnos con café y refrescos en el marco incomparable de los jardines del hotel El Convent. Una maravilla. Seguimos hasta Valderrobres y allí comimos para después recorrer la villa, digna de ser visitada.
Despedida y cierre en Valderrobres
Valderrobres era el punto en el que nos despedíamos. Carmen y Rafa enfilaron hacia Zaragoza y Manolo, Demi, Ana y Pepe, en el coche de este último; y Mode, Jandro, Mª Angeles y Jésus en el del conductor más fiel al Código de circulación, pusimos rumbo a Lleida. Jesús cedió la cabeza de carrera y a Pepe se le puso una cara de Fernando Alonso inconfundible.
Los diez volvimos sanos y salvos a nuestros hogares con el propósito de repetir, si es posible con la totalidad del grupo. Nos faltaron Jaume, Montse, Gloria y Manolo, pero los llevamos con nosotros en el corazón. El viaje estuvo jalonado de risas contínuas y de buen humor. De eso se trata.
Yo no digo nada, pero me pareció escuchar que alguien proponía Soria como siguiente destino. Prepara algún poema de Machado, Glo.