Era media noche en punto y estaba todo oscuro. La cueva parecía estar a cubierto por un gran portón que se alzaba impresionante ante las miradas ajenas. Para entrar, había que mencionar códigos ocultos, palabras de pase y toques que solo unos pocos podían interpretar, lejos de la curiosidad profana. Sonaron tres golpes con un ritmo y cadencia especial, y esa fue la señal, apartando con ello las espadas guardianas. El maestro de ceremonias acompañaba al recipiendario para su nueva muerte, la cual encontró por tres golpes hechos con una regla, una maza y una escuadra. Sufrió las pruebas pertinentes y testificó la antigua leyenda de la atroz muerte del maestro constructor del templo. La carne se desprendía de los huesos, gritaban unos y otros. De alguna manera, fue enterrado en una oscura tumba, y se levantó de nuevo.
El principio alquímico de la resurrección obró el milagro. El venerable, famoso personaje por sus actuaciones en un reconocido programa de televisión, proclamó la maestría a su golpe de mallete. Un nuevo eslabón en la cadena aurea había nacido. Un nuevo símbolo de esperanza resucitaba ante los ojos de los demás. “Sufrió, fue enterrado y se levantó de nuevo”.
En términos psicológicos, el alma humana sufre constantemente ante las adversidades de la vida. A veces incluso parece como si la vida fuera un constante sufrimiento con algunos momentos dulcificados. Eso equivale a que muchas veces nos hundimos, somos enterrados por las pruebas de la vida, hasta que una fuerza inmanente en nosotros nos hace levantarnos de nuevo, resucitar a la vida, y buscar en las fuentes de la existencia algún tipo de recalcada esperanza.
La maestría consiste precisamente en eso, en resucitar una y otra vez ante la adversidad, completando en nosotros eso que llaman experiencia, la cual nos otorga cierta serenidad ante las adversidades, alejándonos del drama y buscando en la misteriosa red arquetípica las causas primeras de todos los acontecimientos que a priori, nos parecen fortuitos y aleatorios. Pero más allá del ocaso, las causas primeras nos pueden ayudar a entender que la vida promete un aprendizaje, una enseñanza, que deberá ser integrada en nuestro aspecto más profundo para poder ser útil a la nueva generación. Ese que se levantó de nuevo y con ello se convierte en maestro, tiene como misión ayudar a los demás en el proceso alquímico de la supervivencia constante, humana y mistérica. Su marca y emblema a partir de ese momento de entendimiento y resurrección es el servicio, primero a uno mismo, pero sobre todo, a los demás.
El milagro de la creación no puede dejar de maravillarnos al mismo tiempo que nos crea extrañeza por toda su complejidad. Nuestra ignorancia nos aleja de las causas y nos ancla en resolver efectos que para nada entendemos. La pregunta siempre es la misma, ¿por qué a mí? Pues a veces es a nosotros porque nos despistamos, porque nos faltó atención, porque no estamos conectados al fluir de la vida, o porque, realmente, existe una causa profunda para que aprendamos esa lección de vida. No todo es determinista, siempre hay un punto de azar, de libre albedrío que nos empuja hacia el acierto o la equivocación. Lo importante, sea del origen que sea, es volver a levantarnos una y otra vez. De ahí que el que lo consigue, el iniciado que vio de nuevo la luz, tiene la responsabilidad de guiar a los demás, con sigilo y en secreto, al ciego que aún vive enterrado, sin saber cómo ni cuando será levantado.
1 comentario
Creo que hay que estar siempre dispuesto a los cambios.I observar la vida,como transcurre.Siempre volviendo a empezar.Como si fuera bla primera vez