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La plomada, o la caída perfecta

por Agramonte
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Hace cuestión de 1 mes, mientras me encontraba de vacaciones por Praga, una ciudad espléndida, artística, alquimista, judía y mágica… iba bajando por una ladera adoquinada… sufrí, de modo súbito, sin esperarlo, una caída – cuasi desplome – que tras haber dado un “ mal paso “ resulté cayendo tangencialmente con todo el peso de la gravedad, de modo pasivo, en unos segundos que me llegaron a parecer eternos, y en este juego de espacio-tiempo, de repente me vi tendido en el suelo, a escasos centímetros de la gravedad y la desgracia.

La plomada, o la caída perfecta

Pero todavía no había llegado mi hora.

Con profundo dolor en el hemicuerpo derecho y lleno de una energía instantánea, “con la sangre caliente” – me puse en pie aclarando que me encontraba bien, tanto a mi esposa como al único turista francés que, dentro de los espectadores de la brutal caída, salió corriendo a socorrerme.

En ese instante comprendí dos cosas: qué fácil y qué natural es caernos. El efecto implacable y complaciente de la gravedad… y medité sobre la fragilidad y lo efímero que puede llegar a resultar el propio ejercicio de la vida…

¿Pero qué simbolismo puede ayudarme a contemplar el accidentado fenómeno?

La plomada, o la caída perfecta

Y es aquí cuando reflexioné sobre la PLOMADA como símbolo para el aprendiz… e inmediatamente aprecié que… de manera constante, pasiva, sin ninguna clase de energía, intervención ni esfuerzo, desde cualquier punto del presente estado que la lancemos… la plomada – como hija fiel de la constante gravitacional – nos conducirá inexorablemente hacia abajo. Hacia el núcleo de la Tierra.

Es como si las propias fuerzas naturales nos obligaran o recordaran el VITRIÓLICO acto de visitar la PIEDRA INTERIOR, hacia las profundidades del alma. Para poder subir, hay que saber bajar…

Lo que es de arriba, es de abajo”.

En este punto me enternezco en la contemplación de mi propia caída y ratifico que caer, descender, hundirse en el propio peso de uno mismo, es un acto pasivo, que no consume ni requiere energía, solo precisa de rendirse, claudicar, solo requiere tirar la toalla del alma, no conlleva en sí ningún esfuerzo ó voluntad. A veces solo es necesario “dar un mal paso”.

“Lo que es de abajo, es de arriba”.

En el segundo tiempo de mi caída, llegó la respuesta inmediata, que, al no existir gravedad lesional en el suceso, me llevó a mi momento energético, me levanté, aún adolorido, pensando en erguirme por encima de cualquier evento, y continuar mi camino, minimizando cualquier problema, venciendo mis miedos, enfrentando mi fragilidad.

La plomada, o la caída perfecta

En este punto me recreo en la meditación que levantarse, ponerse en pie, erguirse, resurgir de la caída, es un proceso activo, requiere voluntad, consume energía, es un método y un modo, siempre activo… es un acto de rebeldía, si cabe, una osadía el andar erguido… desafiando, sí… desafiando a lo natural, que es caer.

La plomada (gravedad natural y a la vez ley) es en sí misma discípula – de la naturaleza – y maestra de la voluntad del hombre en su camino de discernimiento.

Se completa con el nivel, para la construcción del muro perfecto. Pero para mantener el nivel, se requiere de nuestra observación y acción. La plomada – la caída – no requiere de ninguna actuación o aptitud nuestra. La plomada ES.

Nos queda la FE y tan solo pedimos que cuantas veces nos caigamos, tengamos la fuerza y ayuda para levantarnos de nuevo.

  • “Él mandará a sus ángeles para que te cuiden, para que no tropieces con piedra alguna” – Salmo 91.

Es todo cuanto puedo desde mi SILENCIO APARENTE – compartir a mis hermanos. Quisiera ahora abrir el espacio y el tiempo- para meditar unos segundos.

Iluminadme, mis hermanos.

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